domingo, 4 de mayo de 2008

LA CAIDA

El aspecto que presentan las heridas en el cuerpo de la joven Analía Diez es sumamente preocupante. Sebastián, su padre que también muestra serias mordeduras de ratas en sus manos, brazos y parte del rostro es atendido por su esposa Lorena, ambos observan atentamente al doctor Marino que con ayuda de su mujer, le está practicando curaciones de emergencia a la hija del matrimonio. El médico trabaja con medios precarios y mucho le preocupan los daños que las ratas hambrientas han causado en el cuerpo de la infortunada jóven. -Las mordeduras más importantes están en el rostro y la espalda, dice Marino.
-¿Que pasará con nuestra Analía? pregunta angustiada su madre.
-Es muy difícil dar un diagnóstico en estas condiciones, si bien le hemos suministrado antibióticos y calmantes para aliviar los dolores, lo indicado sería trasladarla a un hospital cuanto antes, por
la gravedad de las heridas, responde el médico.
-¡Dios!, ¿podrá salvarse nuestra pobre hija? exclama angustiado Sebastián Diez.
-Hice todo lo posible, mi estimado Sebastián, pero insisto en que Analía debe ser asistida en un
sanatorio u hospital, hay un par de heridas que no me gustan nada y necesitan ser suturadas.
-¡Si alguien me ayuda, voy a sacar a mi hija de aquí, sea como sea! dice Diez.
La esposa del doctor Marino, que ha colaborado intensamente con los heridos, poniéndo en práctica sus conocimientos de enfermería, ha escuchado esto último y piensa que ella en el lugar de los padres de la muchacha, también haría lo imposible por trasladarla a un centro de atención dotado de los medios necesarios como para salvar la vida de la joven atacada.
-Yo lo acompañaría, pero...¿cómo salimos de aquí? pregunta el médico.
-¡Solo Castillo puede ayudarnos en ese intento! responde Diez.
El resto de los sobrevivientes de la torre está en estado de alerta. La aparición de las ratas les genera pánico y quieren reunirse cuanto antes con Castillo para que los ayude a armar un plan de defensa contra las voraces alimañas. Castillo está recorriendo ahora los distintos pisos del edificio, lo acompañan Marcelo y Fernándo, los dos jóvenes surfistas que con sus equipos de buceo, lograron sacar a flote los cadáveres mutilados del encargado Ramón y su esposa. El veterano capitán está seguro que las armas convencionales de nada servirían en caso de tener que enfrentar a esta nueva amenaza; Las ratas.
-Capitán, ¿como reaccionarían las ratas si las atacamos con fuego? pregunta Marcelo.
-No puedo responderte eso ahora, pero no olvides que además de peligrosos, esos malditos
"bichos", son demasiado inteligentes. Estoy seguro que en este momento, hay cientos de miles
de ratas acechándonos y listas para atacarnos de sorpresa, contesta Castillo.
Bien sabemos que las "serpientes" líquidas aparecen desde las canillas o grifos cuando detectan sangre humana, ahora que esas salidas de agua han sido selladas con la utilización de pegamentos instantáneos reforzados con improvisados "tapones" de metal o madera, el depredador invisible, se verá obligado a buscar otros conductos de salida, aunque nadie imaginaba la sorpresiva aparición de las alimañas hambrientas, que también son atraídas por la sangre de las personas.
La escasa luz artificial suministrada por los generadores de emergencia del edificio, ha disminuído nuevamente. Castillo y sus dos acompañantes, en uno de los pisos, descubren el cuerpo de una mujer que permanece boca abajo y con sus dos brazos extendidos hacia los costados. Rápidamente proceden a dar vuelta a la presunta víctima y comprueban que su rostro y parte del pecho, están terriblemente mutilados.
-¡Dios, es la señora Amorós! exclama Fernando.
-Es obra de esas ratas hijas de puta, ¡Mirá como dejaron a esta pobre mujer! dice Marcelo.
-¡Seguro que mataron a toda la familia, quedensé aquí, yo entraré al
departamento! ordena Castillo dirigiéndose resueltamente hacia el interior de la vivienda.
Apenas ingresa, Castillo ilumina el living con su linterna, todo aparenta estar en órden. Sabe que la señora Marilés Amorós, habita allí con su esposo Enrique y una fiel empleada llamada Diana. No nota desórden alguno, comienza a caminar hacia el sector del comedor, el fuerte olor a humedad invade todo el lugar, ahora escucha un sonido similar al que producen muchas personas masticando. El haz de luz le muestra una escena horripilante; Allí, frente a sus propios ojos, una montaña de ratas, están devorándo los cuerpos de quienes seguramente son el esposo y la empleada de la señora Amorós. Castillo cierra violentamente la puerta de madera que dá a la cocina y corre hacia el pasillo, donde se encuentran los dos jóvenes que lo acompañan.
-¡Salgamos de aquí, hay cientos de ratas en el departamento! grita Castillo.
El doctor Marino ha empalidecido, el pulso de Analía Diez se debilita. Ha hecho todo lo posible
por intentar salvar a la desdichada joven que ahora presenta todos los síntomas de haber
entrado en estado de coma. Lorena, su madre, se dá cuenta que su hija está agonizando. Se aferra desconsolada al cuerpo cruelmente lastimado de la chica y pide a gritos por su marido, que ha salido a buscar al capitán Castillo por el interior de la torre.
Sebastián Diez, ignora lo que está sucediendo con su hija, está agitado, siente que le falta el aire, quiere encontrar a Castillo para que lo ayude a sacar a su hija de ese maldito edificio. Se detiene unos segundos en el descanso de la escalera que está subiendo, escucha que alguien está bajando por ese mismo sector.
-¡Capitán, a usted lo estoy buscando, tiene que ayudarme! exclama al encontrarse con
Castillo y sus dos acompañantes.
Diez se abraza a Castillo, no puede contener sus lágrimas y entrecortadamente, le hace saber que Analía no sobrevivirá mucho tiempo más si no es atendida con urgencia en un hospital. Castillo no dice una palabra, rápidamente piensa que en el edificio solo cuentan con el pequeño bote inflable de Fernando y Marcelo, también calcula que esa embarcación es demasiado frágil como para resistir sobre el furioso caudal de agua que anega las calles de toda la ciudad.
-¡Cuente conmigo Diez, cuente conmigo! es lo único que atina a decirle al atribulado
padre de Analía.
Dicho esto, los cuatro hombres, comienzan a bajar por la escalera rumbo al piso del doctor Marino. Analía acaba de morir, su madre gime de impotencia y dolor. Marino y su esposa intentan contenerla, pero la desesperación de la señora Diez los supera. En este momento, irrumpen en el departamento el padre de la víctima, Castillo y los dos jóvenes que solo atinan a guardar silencio ante el terrible drama que se presenta ante sus ojos.

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