“Peligro” abre sus ojos, está confuso, se percata que se encuentra acostado en una cama dentro de una habitación bastante amplia. Observa a su alrededor y ve que el lugar está repleto de muebles antiguos, una escasa iluminación proviene desde una ventana que supuestamente da al exterior. También le llama la atención una lámpara de bronce con colgantes de cristal que pende del techo alto y con pintura descascarada. Recuerda que cuando estaba en la cornisa a merced de la lluvia y el fuerte viento, una mujer le abrió el ventanal y le permitió entrar a ese sitio. Ahora escucha el sonido de un tango que surge desde algún lugar de la vivienda. En flashes aparecen en su mente las últimas imágenes del gran remolino que sorpresivamente surgió en la bocacalle provocando que él y su cómplice Porreta caigan a las aguas, cuando la lancha zozobró y comenzó a girar fuera de control en el embudo liquido. Ignora lo que sucedió con Porreta, no sabe que si está vivo o muerto y maldice el momento en que se le ocurrió asaltar la casa del joyero donde murieron Chirripa y “el zurdo”. Jamás imaginó que allí habría gente que los recibiría a balazos, había perdido, solo quería volver a su refugio en la villa y salir de este lugar lo más rápido posible. Una mujer portando una bandeja irrumpe silenciosamente en el dormitorio. Tiene cabellos entrecanos y largos, es una persona que aparenta más de sesenta años, lleva sobre sus hombros un abrigo de piel y tiene puesto un vestido largo con encajes bordados en el cuello y los puños, ahora se sienta en una silla ubicada junto al lecho de “Peligro” y acariciando su rostro le dice:
-¿Cómo estás, te sentís mejor?
-Sí, sí, bastante mejor, solo tengo frío, ¿Cuánto hace que estoy aquí?
-Dormiste más de quince horas, cuando entraste estabas al borde del
Congelamiento, por suerte pude escuchar tus gritos de auxilio, dice la mujer.
-Gracias señora, le debo la vida, dice “Peligro”.
-Me llamo Malena, como la del tango, ¿Qué hacías allá afuera, estabas con los
grupos de rescatistas, que te pasó? pregunta la mujer.
-Sí, estaba con tres integrantes de un grupo de rescate y nuestra lancha se dió
vuelta, mis compañeros murieron ahogados y creo que fui el único que pudo
salir con vida. Y usted, ¿está sola?.
-Ahora sí, este departamento era de mi madre, vivímos juntas durante más de
veinte años, ella estába inválida y la cuidé hasta su último día, pero cuando
empezó esta tormenta, mis vecinos de la planta baja me pidieron que me vaya
con ellos a un lugar seguro pero no quise dejar a mis mascotas ni abandonar
este lugar donde están todos mis recuerdos dice Malena con tristeza.
“Peligro” respira aliviado, le causa tranquilidad saber que llegado el momento no le resultará difícil reducir a Malena, robarle algo de dinero, cosas de valor y buscar la forma de irse de ese ámbito frío, triste e impregnado de fuerte olor a humedad. Por el momento, el delincuente se siente débil, hace varias horas que no prueba un mísero bocado de comida y ha tenido demasiada suerte al salvarse de morir ahogado. Malena, le levanta la cabeza y pone una almohada debajo para que se encuentre más cómodo. En la mesa de luz había dejado una bandeja con un recipiente que aparenta ser de plata, quita la tapa, y utilizando una cuchara grande, le pide al delincuente que pruebe un poco de guiso.
-Te va a hacer bien, tuviste mucha fiebre y perdiste fuerzas, comé un poco,
está recién hecho, le dice Malena.
“Peligro” tiene hambre y no duda en probar lo que la mujer pone en su boca con total delicadeza. El sabor de ese guiso no termina de convencerlo, supone que debe ser algo enlatado, pero no le dá demasiada importancia y continúa comiendo con ansias. Ha bebido bastante agua y el cansancio vuelve a invadir al delincuente. Malena le ha tomado la fiebre y “Peligro” se duerme. La mujer, desde el ventanal de la habitación mira hacia la calle, los truenos continúan haciéndose oír, acompañados como siempre por relámpagos y la lluvia monótona e incesante. Malena comprueba que “Peligro” se ha quedado profundamente dormido, abandona la habitación y se dirige hacia la sala principal donde tiene su viejo grabador de pilas, elige otro casette, pone el aparato en funcionamiento y recostada en un sillón, escucha “El día que me quieras” en la voz de Carlos Gardel.
En ese mismo instante, en el edificio, el capitán Castillo mira el retrato de su difunta esposa, recuerda que con ella compartió muchos años de felicidad y que desde el día que falleció víctima de una enfermedad terminal, ya su vida no fue la misma y mucho le costó adaptarse a la soledad. Una y otra vez lee las cartas que ambos escribían e intercambiaban cuando él estaba en la guerra de Malvinas. Esas misivas han sido escritas con puño y letra de ambos, las de su esposa exhiben que algunas partes de las letras están manchadas, posiblemente por sus lágrimas de angustia. Castillo no puede evitar el llanto, el destino y la catástrofe que azota la ciudad, lo han convertido en un náufrago más, se siente culpable de no poder hacer nada por sus infortunados vecinos de la torre. Las imágenes horrorosas de gente con su cuerpo deshecho como Mora, Deborah, Ramón, su esposa, el matrimonio Amorós asaltan sus pensamientos. Demasiadas muertes, demasiada ira del cielo con enemigos desconocidos y crueles como el líquido invisible y las ratas hambrientas que están esperando el momento de atacar, mira su pistola, sabe que el arma solo servirá cuando ponga fin a su existencia antes de ser envuelto por las alimañas y morir despedazado. Los pequeños ruidos vuelven a oirse, Castillo toma la pistola que tiene lista para disparar, se escuchan gritos por todas partes, ¡hijas de puta, ya empezaron! exclama al tiempo que sale presurosamente de su departamento.
Las rejillas que facilitan el ingreso del aire acondicionado a los distintos ambientes de los departamentos de la torre, estallan al unísono, los roedores han hecho fuerza impulsándolas hacia afuera. Miles de ratas voraces salen en tropel por esas aberturas avalanzándose sobre toda persona que se interponga en su ruta depredadora, el doctor Marino ha escuchado el chillido masivo de las ratas, toma a su esposa de la mano y la conduce hacia la cocina, donde se encierran a la espera de lo peor. El médico tiene en su mano derecha la pistola que le entregó Castillo, se abraza a su mujer que tiene los ojos poblados de lágrimas y tiembla de miedo, el ruido crece cada vez más, si bien las canillas han sido obstruídas, las alimañas han encontrado , además de los conductos de aire una nueva ruta utilizando las cañerías de cloacas y desagües existentes en el edificio, el sonido violento se produce debajo de la pileta de la cocina, precisamente donde está ubicado el denominado "sifón", Marino no duda, apoya la pistola nueve milímetros en la sien de su esposa y el estampido de muerte rápida se mezcla con una marea de roedores que irrumpen en el sitio y están clavando sus filosos colmillos tanto en el cuerpo agonizante del profesional, como en el de su mujer.
martes, 13 de mayo de 2008
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