miércoles, 16 de abril de 2008

ALFREDO REINER (Primera Parte)

Día 1º de Julio, las radios aún en el aire, siguen informando sobre lo que han denominado "El desastre del siglo".Se calcula que la cantidad de muertos y desaparecidos asciende a más de cinco mil. La ciudad sigue incomunicada por completo. Los teléfonos celulares continúan sin señales y a cinco días del comienzo de la lluvia incesante, el cielo aún permanece cubierto de espesas nubes que no permiten el mínimo ingreso de luz natural. El caos es absoluto, no hay abastecimientos para las miles de personas que han quedado aisladas en sus domicilios u otros centros de asistencia a los que no llegan víveres ni medicinas. Los salvatajes carecen de coordinación, se improvisan sobre la marcha y se realizan sin una cadena de mandos que ordene las distintas operaciones de rescate. Lanchas de la Marina y Prefectura Naval, navegan incansables entre las aguas salvajes procurando en maniobras heroicas sacar a quienes aún resisten en las viviendas bajas inundadas. El líquido sigue ascendiendo, ahora su altura es casi de dos metros. Hay cuerpos de hombres y mujeres que se mueven desesperados sobre las aguas aferrados a todo aquello que sirva para mantenerse a flote. Sorpresivos remolinos se forman en las bocacalles y ningún ser humano herido y sangrante sobrevive a esta fatal succión. Quienes se mantienen en los techos de sus viviendas, se amarraron utilizando sogas o correas a caños , chimeneas y todo aquello que evite sean arrancados de sus precarios refugios por las fuertes ráfagas de viento.
Las autopistas se han convertido en caudalosos ríos. Todos los vehículos que fueron sorprendidos en el inicio del temporal, han sido abandonados presurosamente por sus ocupantes quienes pudieron alejarse a nado. Ahora, la fuerza del agua es mayor y arrastra autos, camionetas y también unidades de transporte colectivo como si fueran hojas de papel. Casi todos los edificios de la ciudad y barrios de la capital, están abarrotados de refugiados que pugnan desesperados por ganar espacios en los pisos superiores. Varios departamentos de esos edificios han sido tomados por la fuerza por los descontrolados náufragos urbanos. Los actos de solidaridad son escasos. Muchos propietarios de casas de alto valor, han disparado con sus armas a quienes intentaban ingresar en sus viviendas buscando ayuda. Los motores de las lanchas de salvataje han reemplazado a los vehículos convencionales. Las calles anegadas son surcadas por embarcaciones de todo tipo, algunas repletas de gente que navega hacia zonas más altas tratando de escapar de la inundación que no parece tener fín.
Muchas de estas embarcaciones, son lanchas o botes deportivos cuyos dueños desde el comienzo del temporal decidieron poner al servicio de las víctimas de la catástrofe. El ruido ensordecedor de las aguas y el viento, hacen casi imposible para quienes tripulan las lanchas escuchar los gritos de quienes han quedado aislados. Por esta razón la tarea es complicada y los voluntarios hacen esfuerzos sobrehumanos para evitar que sus frágiles embarcaciones se estrellen contra los frentes semi sumergidos de las viviendas o las sólidas columnas transportadoras de energía eléctrica que emergen diseminadas como arrecifes de cemento a lo largo de todas las arterias inundadas.
Algunas lanchas no han soportado el peso de tantas personas a bordo y se han dado vuelta o hundido sin remedio. A pesar de las innumerables dificultades que genera la falta de energía eléctrica y las comunicaciones, los héroes de las lanchas han obtenido logros muy importantes. Los viajes son incontables. Las embarcaciones van y vienen llevando a las víctimas hacia iglesias y hospitales elegidos como centros receptivos de evacuados. La tarea humanitaria de médicos y enfermeras en la catástrofe es intensa y juega un rol fundamental.
Todo el mundo espera ansioso el amanecer. Tienen la esperanza que "la noche eterna" finalice de una buena vez y se produzca un milagroso despertar con la luz del día. También se teme que cuando cese la lluvia y salga el ansiado sol, el gran caudal de agua contaminada estancada en todas las calles y avenidas de la ciudad tarde varios días en ser desagotada y esto provoque diversas epidemias. La casa de gobierno ha sido evacuada por completo al igual que todos los edificios públicos. Esta medida fue tomada cuando la inundación produjo serios accidentes en los sistemas de electricidad causando en las primeras horas de la emergencia seis víctimas fatales y varios heridos. El sector de Plaza De Mayo se encuentra prácticamente sepultado por las aguas y es difícil observar movimiento de lanchas de rescate por la cantidad de obstáculos que impiden su desplazamiento. Las radios han dejado de emitir música y la información tiene prioridad máxima. El presidente ha declarado a la ciudad de Buenos Aires en emergencia y los medios auditivos tratan de llevar mensajes de contención a la población sitiada.
Alfredo Reiner ya está a pocos metros del edificio donde funciona la casa de cambios en la que trabaja como contador desde hace veintiocho años. Le ha costado llegar hasta la puerta de acceso. Está exhausto. Con el agua a la altura de su cintura, ha logrado cruzar con esfuerzo los casi cuarenta metros que separan a la casa de cambios con el local de Sonia Scheffeld llamado “Scheffeld antiguedades”. Este comercio en planta baja dedicado a la venta de antigüedades está ubicado justo enfrente del edificio donde acaba de ingresar Alfredo. Después de abrir la puerta principal con sus llaves, aguarda unos segundos y de inmediato, Jorge Sierra, el vigilador de turno, lo saluda y abre la reja interior. Alfredo observa que el sector de acceso está completamente inundado. Hay una gran cantidad de elementos de oficina flotando en el agua y el edificio carece de energía eléctrica. El vigilador le informa que el generador de emergencia, está funcionando sin problemas. Alfredo está completamente mojado, siente frío y tiene temblores. El vigilador le ofrece café caliente y algo de ropa seca que guarda en el vestuario de la planta alta. Alfredo acepta y juntos, llegan hasta la escalera que conduce al primer piso.
Sierra lleva siete años trabajando como vigilador de la casa de cambios. Cuando comenzó el temporal, llamó a Reiner para informarle que el agua estaba entrando a raudales por debajo de la puerta de calle y que había puesto en marcha la bomba de achique instalada en el sótano donde se encuentran las cajas de seguridad. También le dijo que había intentado comunicarse en varias oportunidades con el señor Pizarro, propietario de la empresa, pero que no había tenido éxito y ante la falta de respuesta, no vaciló en acudir a Reiner para pedirle instrucciones.
-"Hizo lo correcto Sierra. Por suerte yo estaba cerca y el sistema de mi celular aún no se había caído. Creo que este diluvio no se detendrá. Según los informes meteorológicos, estamos ante uno de los mayores desastres de los últimos tiempos" le dice Alfredo mientras sorbe un trago de café caliente.
-Tome señor Reiner. Aquí tiene un pantalón, medias, camisa y un pullover. Cámbiese esa ropa mojada tranquilo. Yo iré hasta el subsuelo para ver como está funcionando la bomba de achique.
Alfredo asintió con la cabeza.
Junto con el café, tomó una pastilla ansiolítica. Le costaba controlar sus nervios y apenas puede disimular ante el vigilador. Comienza a secarse con una toalla. A través de la ventana del primer piso, mira insistentemente hacia el negocio de Sonia Scheffeld. Rapidamente saca del bolsillo de su sacón impermeable una linterna y dirigiéndola hacia el local de enfrente, enciende y apaga la luz con segundos de intervalo. De inmediato y desde el departamento ubicado en la planta alta del comercio de Sonia, surgen señales de luz que responden a las efectuadas por Alfredo. El vigilador ha regresado. Le comenta que la bomba del subsuelo está trabajando bien, pero teme que no dé abasto ante la gran cantidad de agua que está ingresando por los conductos de aire que dan a la calle.
-¿Probó de llamar nuevamente a los bomberos?, pregunta Alfredo al vigilador.
-Sí señor Reiner. Nadie responde en bomberos, tampoco en Defensa Civil. Además tanto el teléfono fijo, como el celular no funcionan. Están como muertos. Por suerte logré comunicarme con usted antes que se silencien por completo.
-Estamos aislados, al menos por ahora Jorge. Lo más importante será controlar el subsuelo y evitar que se inunde. En tanto, permanezcamos aquí hasta que llegue ayuda o podamos comunicarnos con el exterior.
El vigilador se sintió feliz ante la presencia de Reiner. Ahora estaba un poco más tranquilo y acompañado por alguien a quien él consideraba su jefe desde hacía mucho tiempo. Veía a Reiner como un hombre respetable, de pocas palabras, austero y eficiente en su trabajo. Reiner también se sentía mejor. Solo él sabía que Pizarro, el presidente de la compañía, había viajado hacia Europa dejándole antes de irse instrucciones y también la gerencia total provisoria de la casa de cambio. Cerró los ojos por un momento y pensó en Sonia Scheffeld. Recordó cuando en mil novecientos noventa y dos, Sonia llegó por primera vez a la casa de cambio para comprar dólares, ya que estaba a punto de viajar a los Estados Unidos. Alfredo tenía en ese entonces treinta y cinco años, estaba soltero, viviendo con su madre Ingrid, una alemana de carácter autoritario. La belleza y elegancia de Sonia Scheffeld le había impactado sobremanera. Si bien no lo aparentaba, ella contaría en esa época con diez años más que Alfredo. Alta, delgada, rubia y con hermosos ojos azules, Sonia sabía perfectamente que podía seducir a quien le plazca y Alfredo Reiner, con su aspecto de hombrecito tímido e intelectual que se sonrojaba con facilidad, era uno más de los que seguramente caería rendido a sus pies.
Cuando Sonia regresó de su viaje, el propio Alfredo se encargó de abrirle una caja de seguridad para que la mujer ponga a buen resguardo sus joyas y dinero. Con el tiempo, las visitas de la empresaria se sucedían y también mantenía con Alfredo conversaciones relacionadas con su negocio de compra y venta de antigüedades y obras de arte. De a poco, Alfredo se fue convirtiendo en su asesor financiero y después de cumplir su horario de trabajo, cruzaba al menos dos veces por semana hasta el negocio de Sonia para ayudarla a poner al día su administración. La mujer le había ofrecido pagarle por sus servicios, pero Alfredo se negó a percibir dinero alguno. Se sentía feliz por estar junto a esa bella mujer que lo recibía vestida como una reina. siempre con ropa diferente y exquisitos perfumes que encajaban con su figura espléndida. Sonia sonreía permanentemente y acostumbraba concurrir a fiestas de la alta sociedad a las que asistían importantes empresarios, políticos y artistas famosos.
En algunas ocasiones Alfredo se había quedado a cenar en el coqueto departamento de Sonia. Ella acostumbraba beber champagne en las comidas y esto la ponía eufórica y más divertida que de costumbre. A esas cenas nocturnas, también asistían amigos o conocidos de Sonia. Hombres y mujeres, generalmente de aspecto y actitudes superficiales que se quedaban bebiendo y charlando hasta altas horas de la madrugada. Alfredo Reiner era considerado un miembro más del grupo de amigos de Sonia quien durante los fines de semana solía elegir la compañía de alguno de los hombres presentes. Los amantes de Sonia iban sucediéndose con el tiempo y Alfredo conocía a la mayoría de ellos. También sabía que la empresaria hacía sus viajes al exterior casi siempre acompañada por algún amante de turno.
Sonia había enviudado con solo veinticinco años de un empresario que le dejó una considerable fortuna. A partir de ese trance, la mujer volcó su carisma y habilidad en las relaciones públicas para potenciar su negocio e invertir su tiempo y dinero en una vida sin privaciones. En la década de los noventa, años de pizza con champagne y dólar barato para la argentina, Sonia Scheffeld aprovechó al máximo esa economía ficticia para conocer casi todo el mundo y regresar de cada viaje con sus maletas cargadas de los costosos perfumes y ropa proveniente de las mejores casas europeas. A todo esto, Alfredo sufría en silencio. Sonia parecía jugaba con él al igual que el gato con el ratón. Jamás había tenido una mínima señal que le permitiera acercarse sentimentalmente a esa mujer que él amaba en secreto y en soledad. Soledad que en ocasiones solía compartir en momentos olvidables con algunas mujeres que ejercían la prostitución en algunos cabarets de la Recoleta.
Gastón Hidalgo era un muchacho apuesto, alto, delgado y se había convertido en el amante favorito de Sonia. Gastón sabía como manejar a esa mujer mucho mayor que él y que bien podría ser su madre. El joven estaba a cargo del negocio de Sonia. Ella le había confiado esta tarea para que su amante se gane la vida, ya que en sus treinta y dos años de vida, jamás había tenido un trabajo estable. Alfredo más allá de los celos, sentía que Gastón no era una persona confiable y que algo escondía detrás de su cara de “chico bueno” y refinado. También era evidente que Sonia, con su amante a cargo del local, podía tenerlo cerca y controlarlo.
A principios del año dos mil, Ingrid, la madre de Alfredo muere de un infarto después de padecer una larga enfermedad que la había tenido postrada. Ingrid había sido una madre posesiva con su único hijo. Habían vivido juntos durante cuarenta años en un antiguo y amplio departamento de la zona de Palermo. Ya sin la presencia de su madre, Alfredo comenzaba por primera vez a replantearse su existencia solitaria y gris. Su rutinario trabajo en la casa de cambios del señor Pizarro pasaba por un momento crítico. El mismo estaba encargado de recibir inversiones a plazo fijo por parte de clientes de la empresa, pero los bajos intereses hacían que ese tipo de transacciones no fueran lo suficientemente rentables para el negocio. Había llegado a gerente, pero Pizarro que cada vez le confiaba mayores responsabilidades se dedicaba a negocios en el exterior y solo le importaba mantener los cientos de clientes que alquilaban cajas de seguridad en el subsuelo de la casa de cambios. Muchas veces, Alfredo le había solicitado a Pizarro mayor protección para la bóveda donde se resguardaba dinero y joyas de cuantioso valor. Pero Pizarro se conformaba con la asistencia de una empresa de seguridad más alarmas y cámaras de video convencionales, restándole importancia a la sugerencia de su gerente.
En el dos mil uno, estalló una gran crisis social y económica en la argentina y el negocio de Sonia comenzó a decaer. Muchos de sus clientes habituales dejaron de comprar las estatuas, cuadros originales y muebles restaurados. Seis meses después, Gastón Hidalgo, el joven concubino de Sonia, había desaparecido del departamento en el que ambos convivían desde hacía unos tres años. Dos días después de esto, la desconsolada mujer descubrió que le faltaban joyas, dinero, costosas piezas de arte y un par de valijas en las que seguramente Hidalgo también había cargado una cantidad de ropa de cotizadas marcas. Sonia estaba desesperada. No podía creer lo que le estaba pasando y tampoco parecía aceptar que el muchacho la "plantara" sin causa ni explicación alguna y además le robara. Alfredo se quedaba junto a ella tratando de contenerla, aunque mucho le costaba manejar las reacciones de Sonia y sus constantes ataques de furia incrementados por el alcohol y las pastillas ansiolíticas que tomaba para calmarse. En una de esas crisis de la mujer, Alfredo tuvo que llamar a un servicio de emergencias de salud, porque todo parecía indicar que Sonia había sufrido un infarto. A partir de entonces, Alfredo, por pedido de Sonia, se mudó a su departamento alojándose en una de las habitaciones. Sonia comenzaba a padecer fobias y ataques de pánico. El negocio trabajaba muy poco, casi nada y los superficiales amigos de Sonia también se habían esfumado.
Los malos tiempos se habían instalado. Sonia ya no era la mujer enérgica , radiante y de aspecto impactante de otrora. Sumida en una aparente depresión, pasaba horas frente al televisor con la mirada ausente. Todas las noches, Alfredo dedicaba varias horas a revisar las carpetas del negocio de Sonia. Con asombro y angustia, iba descubriendo que las deudas se habían acumulado más allá de los límites de las posibilidades de la empresaria. Deudas de tarjetas provenientes de distintas tarjetas de crédito que habían utilizado indiscriminadamente tanto Sonia como Hidalgo. Sin pensar lo que estaba haciendo, la mujer asumió con los entes crediticios la refinanciación de estas deudas en dólares y con fuertes intereses. Préstamos bancarios, crédito del automóvil importado de Sonia y un sinfín de gastos que excedían lejos las posibilidades de pagar esos compromisos. La gota que rebalsó el vaso, fue la confesión de la mujer cuando le dijo que Gastón Hidalgo también le había estado robando durante el tiempo que estuvo a cargo del negocio. El joven vendía obras de arte sin facturas y se iba quedando con el dinero. A toda esta falta de control, despilfarro y endeudamiento, se sumaba la amenaza de un embargo sobre el local y el departamento de la planta alta , ya que Sonia había puesto estos bienes inmuebles en garantía por otro préstamo bancario. Todo indicaba que la mujer que Alberto tanto codiciaba estaba quebrada anímica y económicamente. .
- Entonces; ¿voy a perder todo, Alfredo? ¿Hay alguna salida?
Las cosas están demasiado complicadas mi querida Sonia. Veré que puedo hacer para sacarte de este lío. Estaré con vos hasta las últimas consecuencias, le respondió Reiner.
Sonia no pudo evitar el llanto. Después de escucharlo en silencio, se levantó y se sentó en el regazo de Alfredo besándolo y acariciándolo repetidamente. El hombre sentía por primera vez que alguien lo estaba queriendo. Sentía la intensidad de esas caricias fuertes y frágiles a la vez. El perfume de Sonia lo envolvía en un éxtasis que jamás había conocido. Se dejó arrastrar por esa cálida corriente provocada por la mujer que siempre le había demostrado indiferencia y que ahora ,espontáneamente se abrazaba a él, casi con desesperación. Amanecieron juntos, desnudos. Sonia se había entregado con verdadera pasión y él, poseído por una fuerza insaciable, gozó plenamente de ese cuerpo tantas veces soñado e inalcanzable. Con el transcurrir de los días, Alfredo y Sonia se afianzaban en su relación. Ella, en más de una oportunidad le había dicho que estaba arrepentida de no haberlo conocido antes. Se la veía distinta. Comenzaba a ocuparse nuevamente de su aspecto exterior y poco a poco, Alfredo empezaba a ver a la Sonia de antes y esta actitud de recuperación de la mujer amada le brindaba felicidad.
Las cartas documento, las citaciones a los estudios jurídicos y los varios reclamos de cobro por parte de los propietarios de las obras de arte que Sonia tenía en carácter de consignación y que habían sido vendidas por Hidalgo, se repetían a diario. La mayoría de estos reclamos se habían transformado en denuncias por estafa y el banco internacional donde Sonia había solicitado un préstamo hipotecario, se disponía a embargar el local y el departamento de la planta alta de Sonia. Alberto estaba agotado, su trabajo en la casa de cambio y los innumerables problemas económicos de su mujer, estaban afectando su salud. Y aunque trataba de disimularlo, Sonia se daba cuenta que todo lo que su actual compañero intentaba para salvar su patrimonio era infructuoso. Posiblemente por agradecimiento hacia ese hombre incondicional que sigue firme a su lado, Sonia se esfuerza por hacer todo lo posible para que Alfredo se sienta bien a su lado. En medio del infierno que estaba padeciendo, Sonia parecía fortalecerse y no perdía la esperanza de poder superar al fin los inconvenientes que tanto quitaban la alegría y el sueño de la pareja.
La voz del vigilador se hace oir desde el subsuelo y aparta rapidamente a Alfredo Reiner de sus pensamientos. Alfredo que sigue en el primer piso, se dirige hacia la escalera. Cuando está descendiendo a la planta baja, se encuentra con Sierra, el vigilador.
-¿Que sucede Sierra?
-Logré improvisar una compuerta para detener el agua que entra al subsuelo y parece que funciona, jefe. Venga, mire lo que hice.
Con mucho ingenio, el vigilador había quitado la puerta de aluminio de una de las oficinas, amurándola en el acceso al subsuelo. El líquido que inundaba la planta baja, era contenido por el dique improvisado. Alfredo, palmeo el hombro del vigilador en señal de aprobación por la buena idea que había tenido. Reiner notó que el agua seguía creciendo en la planta baja. Pensó que se podrían quitar más puertas de metal y armar un dique más grande en la puerta de acceso a la casa de cambio. Le comentó esto al vigilador y ambos, chapoteando entre las aguas oscuras, se dispusieron a trabajar. El saber que Sonia estaba resguardada en el departamento, lo tranquilizaba.
La noche es siniestra y además del olor insoportable que despiden las aguas contaminadas, el desfile de cadáveres flotando sobre la masa líquida genera más horror a quienes desde las ventanas de sus edificios o casas altas, aguardan con ansiedad el esperanzado amanecer.

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