lunes, 21 de abril de 2008

EL NAVEGAR DE LA MUERTE

La doctora, abre sus grandes ojos celestes, y ante ella y el resto de los sitiados, desde las aguas oscuras, surge una lancha de importantes dimensiones. Lo primero que vé en la proa de la embarcación es al personal de Prefectura Naval vestidos con trajes de lluvia. Los tripulantes están haciendo ahora las maniobras de amarre. Y aunque se ha levantado un viento de intensidad considerable, la lancha queda asegurada en el costado del edificio. Un oficial muy jóven ha ingresado al lugar y de inmediato es recibido y saludado efusivamente por la gente que ha seguido con atención el arribo y atraque de la nave salvadora. El oficial que ingresó primero al hospital de campaña, se presenta como Rubén Benítez y es invitado por el padre Marinello a beber un café caliente. En tanto, el resto de la tripulación de Prefectura, con ayuda de médicos, enfermeras y refugiados, se abocan a la tarea de descargar varias cajas que traían en la lancha.
El oficial Benítez, luego de beber el café acompañado por el padre Marinello y la doctora Elena, solicita recorrer las húmedas y frías instalaciones del centro sanitario. Al cabo de unos minutos, el joven marino, se dirige hacia el sitio donde han sido depositadas las cajas. El cura sonríe y dirigiéndose a la doctora Elena le dice:
-Mire doctora, nos trajeron medicinas y alimentos.
-¿Entonces el helicóptero era de ustedes? pregunta la doctora al oficial.
-Sí doctora, por suerte el personal los vió y nos dio la posición del hospital, aunque nosotros ya
teníamos información sobre la existencia de refugiados en este edificio, responde el
oficial amablemente.
-¿Y cuando van a evacuar a los heridos? inquiere la doctora Elena.
-Vea doctora, por ahora no contamos con los medios necesarios para sacar en forma rápida
a toda la gente que hay aquí. Solo podemos hacer traslados limitados porque lamentablemente
no contamos con suficientes embarcaciones para tantos salvatajes.
El padre Marinello mira fijamente a los ojos del oficial. Hace una pausa y señalando el sector le
dice;
-Oficial, usted ha visto como está toda esta gente. ¿ Cree que podrán soportar mucho
tiempo en esta situación?
-Padre, es mi deber decirle la verdad, realmente estamos desbordados y hacemos lo que
podemos en medio de una anarquía total. Todo se ha salido de cauce y los integrantes de las
distintas fuerzas hemos decidido unirnos en esta emergencia utilizando los escasos medios que
disponemos.
- ¿Que cree que está pasando con el gobierno nacional, hay algún plán ?
-Desde el 29 de Junio, no solo han colapsado los sistemas de comunicación, padre. Todos los
edificios gubernamentales fueron evacuados y no hay hasta el momento informe alguno sobre
la reorganización de ministros o el propio gabinete presidencial. Creo que la situación nos ha
superado a todos sin excepción.
-Sí, evidentemente no estábamos ni estámos preparados para afrontar tamaño desastre,
responde el padre Marinello con preocupación.
La doctora Elena escucha este diálogo en silencio. Piensa que en este momento, lo más
importante será sacar de allí a los pacientes que necesitan con urgencia cuidados y tratamientos
especiales. El oficial Benítez, mira su reloj. Afuera, las aguas comienzan a agitarse y la lluvia se
intensifica. Benítez tiene barba de varios días y su rostro muestra las señales de muchas
jornadas sin descanso. Ahora, dirigiéndose al padre y a la doctora les dice:
-Lo primero que haremos, antes que arrecie el temporal y se nos compllique la navegación,
será proceder a la evacuación de los enfermos más graves. Cuanto más rápido lo hagamos, será
mejor para todos.
Las radios informan sobre más actos de vandalismo y recomiendan a la población que no se muevan de sus hogares. Desde el gobierno comienzan a escucharse mensajes grabados por el propio ministro de seguridad que no suenan convincentes ni aportan calma o soluciones a la emergencia, solo se oyen nuevas promesas e improvisación. Con cuidado, unas quince personas, las más afectadas del hospital son embarcadas en la lancha de prefectura. Un médico muy joven es designado por la doctora Elena y su colega Beguet para acompañar a los heridos que serán transportados hacia un reconocido hospital. El elegido es el doctor Marcelo Oliver.
Se sabe que hay miles de heridos colmando la capacidad de los hospitales y sanatorios puestos a disposición de la catástrofe. También escasean los medicamentos y los sistemas de comunicación por telefonía celular siguen silenciados, sin miras de solución.
Hace pocos minutos que los ayudantes del capitán Castillo han encontrado los restos del abogado Mora y también los de dos hombres desconocidos. Esto ocurrió cuando los sobrevivientes del edificio extrañados ante la ausencia de Mora , ingresaron a su piso y allí descubrieron los tres cuerpos. El doctor Marino comprueba el estado de los cadáveres que al igual que los restos de Ramón, el encargado, su esposa Rosa y Deborah, carecen de sus órganos internos. Solo huesos y un envoltorio de piel humana que aún permanece húmeda y resquebrajada. Castillo y el resto de los hombres que están en el departamento se sienten desconcertados. Y más aún cuando observan armas, cápsulas servidas e impactos de bala en los tres cuerpos. El comisario Vélez recorre cada uno de los rincones del lugar de los hechos. De pronto, hay algo que atrae su atención; En las bocas de los grifos del hidromasaje vacío , observa que hay restos de piel humana. En las rejillas del piso de la cocina y del lavadero interno, también descubre delgadas lonjas de piel.
-¿Quiere decir que los órganos de esta gente se fueron por la cañerías? pregunta el capitán
Castillo al médico.
-Todo parece indicar eso capitán. Creo que estamos ante un hecho poco común y muy grave,
responde el médico con preocupación.
-¿Algo sobrenatural, quizás? Dice Castillo.
-No sé que diablos es, pero estamos ante algo desconocido y terriblemente peligroso, le contesta
el médico.
El comisario Vélez que ha permanecido en silencio, parece aprobar lo dicho por el facultativo
El también piensa que sería un gran riesgo para los ocupantes del edificio permanecer allí. Lo más razonable sería evacuarlo e informar a las autoridades sobre lo que allí está ocurriendo. El comisario dá a conocer su punto de vista al doctor Marino y al capitán Castillo. Luego de escucharlo atentamente, Castillo le dice:
-Creo que evacuar a nuestros vecinos es por ahora una medida casi imposible, ya que para
llevar a cabo esto tendríamos que contar con ayuda exterior. Necesitamos que la gente salga sin riesgos. Las calles están inundadas y es mucha la profundidad del agua, no olvidemos que somos
responsables de la seguridad de treinta y seis personas, dice Castillo.
-Capitán, yo soy partidario de hacerle saber al resto de la gente lo que está pasando aquí y una
vez informados, que ellos mismos tomen decisiones individuales, responde el médico.
El capitán Castillo guarda silencio. Piensa que tomar una determinación apresurada no es lo más
conveniente en las circunstancias actuales. Casi toda la gente que se encuentra sitiada en la torre está enterada de las muertes del encargado Ramón y de su mujer. Algunos suponen que fallecieron por asfixia, pero ¿cómo explicarles que las aguas devoran órganos humanos?
Castillo recuerda las horas difíciles en la posición a su cargo durante la batalla del Monte Longdon, durante la batalla de Malvinas. Todos sus hombres se mantuvieron firmes en sus puestos y combatieron con valor en ese feroz encuentro. Ahora sus enemigos no son paracaidistas ingleses. Este es un adversario invisible , escurridizo , y para nada convencional. Simplemente se trata de luchar contra el líquido. La voz del comisario Vélez, lo vuelve a la realidad.
-Capitán, ¿cual es su decisión? pregunta Vélez con ansiedad.
-Mire doctor, soy un infante de marina. Fui preparado para enfrentarme con soldados
profesionales y hoy, esta situación me supera, es la verdad. No sé que actitud tomar, le
responde Castillo .
-Si me permiten, opino que deberíamos descansar un rato. Todos estamos agotados y con
mucha presión encima. ¿Que les parece si nos reunimos en un par de horas y tomamos una
determinación final? propone el doctor Marino.
-Sí, es una buena idea dice Castillo, si están de acuerdo en dos horas nos encontramos en mi
departamento.
El ex comisario Vélez, le pidió a Burgos y Arregui, los dos vecinos voluntarios que lo acompañaban que momentáneamente no hablaran con nadie sobre lo que habían encontrado en el departamento de Mora. También acordaron por determinación de Castillo cerrar la vivienda y dejar todo en su lugar inclusive los cuerpos, a fin de no entorpecer una futura investigación de la justicia. Una vez cerrada la puerta del lugar, todos se dirigen hacia la escalera principal. El comisario Vélez y el capitán descienden juntos hacia sus respectivas moradas. Ya cerca de su departamento, Vélez apoya su mano en el hombro del capitán al tiempo que le dice:
-¿Tiene ganas de tomarse unos mates?
Castillo vive solo, su esposa ha fallecido hace dos años y su único hijo reside en España. Está
extenuado, pero sabe perfectamente que no podrá descansar. Se siente dominado por los nervios y no le parece nada mal aceptar la invitación de Vélez.
-Está bien comisario. Si no es molestia, acepto su invitación, responde Castillo.
Vélez abre la puerta de su vivienda. Gentilmente hace pasar primero al capitán. La esposa del comisario está escuchando la radio. Es una mujer de cincuenta y cinco años y aparenta muchos menos. Con una sonrisa, recibe a los dos hombres . Es la primera vez que el capitán entra en su casa. Ante un gesto de su marido, sonríe y cierra la puerta de la cocina, dejando solos a los dos hombres.
El doctor Marino está agitado. Respira profundamente antes de ingresar a su departamento en el cuarto piso de la torre. Lo que ha visto supera todo su conocimiento. Abre la puerta e ingresa. Su esposa Ana está sentada en el living tomando café con una vecina del edificio. La mujer se sorprende al ver el rostro pálido de su marido que saludando con fingida naturalidad a ambas mujeres se dirige hacia el cuarto de baño . El médico se lava las manos y la cara casi obsesivamente. Los nervios le recorren todo el cuerpo. Una y otra vez las imágenes de los cadáveres parecidos a momias desinfladas vienen a su mente. También el terrible descubrimiento en la grifería y hendijas le preocupa. Ahora, el agua sale con fuerza por las canillas de su lavatorio. El médico mira el agua detenidamente. El líquido no es transparente, su color es grisáceo claro. Un pensamiento asalta su mente. Sí, piensa. Eso es, algo alteró las aguas, algo extraño sucede en el río. Todos los cadáveres estaban heridos por distintas razones y sangraban, esto explica la succión de órganos. Todo evidencia que la carne humana fue devorada por las aguas que sale por estos grifos, la absorbe y luego la transporta hacia un núcleo central que necesita alimentarse de materia orgánica, ¡sí eso es lo que está ocurriendo! piensa el doctor Marino plenamente convencido. ¡Mierda, todo parece probar lo mismo!, es la sangre, la sangre atrae a las aguas alteradas. No se puede dejar esto en secreto, estamos ante una amenaza muy grave. Dos suaves golpes en la puerta del baño, lo sacan de sus pensamientos. Se mira en el espejo y vé su rostro pálido, cansado y cubierto de sudor. La voz de su mujer se escucha desde el otro lado.
-¿ Diego, estás bien?
-Sí, Ana, todo está en órden, ya salgo, responde Marino con disimulada tranquilidad.
-Pensé que te pasaba algo, ¿te sentís realmente bien? le pregunta su esposa.
Marino sale finalmente del cuarto de baño, primero abraza a su mujer y le responde:
-No, solo estoy un poco cansado y necesitaba mojarme la cara, le dice el médico con una
pequeña sonrisa.
La mujer percibe que su esposo no le está diciendo la verdad. Y vuelve a insistir. Esta vez con un tono más severo:
- ¿Diego, que está pasando?
-Mirá Anita, es difícil explicar lo que está pasando, pero es muy delicado y si te lo cuento, es
posible que pienses que estoy loco, le dice el médico al tiempo que se acomoda en uno de los
sillones del amplio living.
Ana acaricia el cabello de su esposo con suavidad, enciende un cigarrillo y camina hacia la cocina. En seguida retorna al living llevando dos tazas de café. El doctor Marino intenta armar las palabras para explicarle a su esposa todo lo que ha descubierto. Sabe que se sentirá mucho mejor si le dice la verdad a la mujer que lo comprende y ama. Ana ha tomado un sorbo de café. Está ansiosa por escuchar a su marido. Marino mueve sus manos nerviosamente. Mira ahora fijamente a su mujer y comienza el relato.
En tanto, en el departamento del ex comisario Vélez, el capitán Castillo, deposita el mate vacío sobre la mesa. La imagen de los seis cadáveres sin sus órganos internos, lo asalta repetidamente. Solo la presencia de Vélez, el hombre que junto al doctor Marino le acompañan incondicionales en esta emergencia lo tranquiliza y se siente respaldado. Vélez está mirando una lista de necesidades que el resto de sus colaboradores han volcado en un cuaderno. Lo primero que han solicitado es una nómina de los vecinos que se encuentran presentes en la torre. En segundo término figura el estado físico y mental de los ocupantes de cada departamento y finalmente las reservas alimenticias que poseen las familias. Castillo está seguro que deberán permanecer varios días más en esta situación y cree necesario racionalizar los víveres en una única despensa comunitaria.
También sabe que ésta decisión le acarreará inconvenientes con algunos de sus vecinos, pero la racionalización será una medida indiscutible y de cumplimiento estricto. Vélez enciende otro cigarrillo, aspira profundamente y exhala el humo con suavidad al tiempo que mirando al capitán le pregunta:
-Y el agua, capitán que hacemos con el agua?
-Castillo lo mira sorprendido. ¿Qué agua Carlos?
-Le pregunto si armamos un depósito con toda el agua mineral existente, dice Vélez.
-No creo que tengamos tantas botellas o bidones de agua mineral en el edificio, pero...¿A que
viene su inquietud? preguntaCastillo. .
-Creo prudente consultar al doctor Marino, sobre si es conveniente que bebamos el agua de las
canillas.

No hay comentarios: