domingo, 20 de abril de 2008

PIRATAS

Ya han llegado al último piso, están superando el primer descanso que conducirá directamente a la parte más alta de la torre cuando descubren que por los escalones del último tramo, desciende una abundante cantidad de sangre. Unos peldaños más arriba, encuentran un cuerpo con las dos manos tendidas hacia abajo. Al acercarse quedan paralizados, al ver algo similar a una muñeca de goma desinflada. Se acercan con cautela y una sensación de repugnancia se apodera de ellos al contemplar el estado del cadáver desnudo al que le falta una de sus extremidades inferiores. Ignoran que se trata de los restos de Deborah o lo poco que quedó de ella después de haber sido succionada por el líquido. Burgos y Arregui tardan en reaccionar, no encuentran explicación alguna sobre ese macabro hallazgo que los ha impresionado sobremanera. Lamentan no contar con señal en sus teléfonos celulares para dar parte a Castillo. Deciden entonces no tocar los restos humanos e informar oportunamente sobre ese macabro hallazgo en la parte más alta del edificio. Comienzan ahora a descender lentamente por la escalera, Arregui siente que sus piernas están como adormecidas, está sumamente excitado, lo que encontraron lo ha impresionado sobremanera y no logra salir de su estupor.
-No puedo creer lo que vimos, es horroroso, a ese cuerpo le faltaban todos los órganos ¿quien
pudo hacer algo semejante?, exclama Arregui con voz débil y angustiada.
-El autor de ese crímen no es un humano común, Arregui. Creo que en este edificio tenemos uno
o más asesinos sumamente peligrosos, le dice Burgos.
-¿Vos querés decir que el destripador hijo de puta, está entre nosotros?
-No te quepa la menor duda, quién le haya hecho esto a esa pobre mujer es un sicópata y
cualquiera de nosotros podrá ser el próximo, acota Burgos con tono seguro.
En la planta baja, el capitán Castillo y el comisario Vélez junto a dos vecinos que colaboran en la tarea han logrado extraer del agua putrefacta los cadáveres de Ramón y Rosa, los infortunados encargados de la torre. Este trabajo fué posible merced a la participación de los dos jóvenes que ayudados por sus equipos de buceo, habían logrado ingresar al departamento de las víctimas y posteriormente amarrar con sogas sus restos sacándolos a la superficie. Ahora están sobre el suelo seco del primer piso, los cadáveres se ven fláccidos, solo la estructúra ósea que permanece intacta los mantiene medianamente armados. La piel mojada se deshace con total facilidad y permite observar claramente los huesos de los occisos. En todos sus años como policía, el comisario Vélez, asegura que jamás había visto algo semejante. Lo mismo han dicho el capitán Castillo y el doctor Marino. Deciden envolver los cadáveres con lonas y depositarlos momentáneamente en un departamento desocupado del primer piso. El capitán Castillo, en su carácter de administrador del edificio y ahora jefe del grupo de vecinos en emergencia, asume la responsabilidad de utilizar las llaves duplicadas que estaban en poder de Ramón y con ellas, abrir la puerta de esa vivienda vacía para que sirva momentáneamente como improvisada morgue.
Burgos y Arregui hacen su aparición en ese sector y nerviosamente, hacen ante el capitán Castillo y el resto de sus acompañantes, un minucioso relato de lo que encontraron en el sector de máquinas de la planta superior.
Luego de escuchar a los dos hombres, el capitán Castillo retoma su actitud autoritaria y serena, decidiéndo que en unos minutos él mismo, junto al doctor Marino, se encargarán de ascender al último piso y se ocuparán de bajar el cuerpo de esa mujer para ubicarlo en el depósito de cadáveres. Castillo presiente que estos hallazgos se irán repitiendo y que estos episodios extraños recién están comenzando. Las radios dan a conocer nuevas nóminas de desaparecidos y también informan sobre explosiones de gas y accidentes en cámaras de energía eléctrica que han provocado víctimas fatales. Los cables de alta tensión que han caído sobre las calles de diferentes barrios de la ciudad, constituyen un serio peligro, ya que cuando el suministro eléctrico retorne a la normalidad, los cables diseminados sobre los suelos mojados serán una peligrosa amenaza.
Las embarcaciones de rescate tanto privadas como de organismos de seguridad que continúan transitando sobre las aguas realizando heroicas tareas de rescate, son abastecidas de combustible en distintos lugares de la ciudad donde se han instalado depósitos provisorios de emergencia controlados por efectivos pertenecientes a policía, bomberos y prefectura Naval. Varios oficiales de estas fuerzas, en medio de la gran catástrofe, no han vacilado en tomar decisiones de gran importancia poniéndose al frente de las misiones de rescate y permaneciendo firmes en sus respectivos cuarteles o comisarías. Saben que el único medio de comunicación existente entre ellos y los civiles es la extensa vía acuática que recorre todo Buenos Aires. Los radioaficcionados del interior del país, se han integrado tratando de armar una amplia red de comunicación que informe sobre la posición de los sectores más urgidos de auxilio.
Los bidones repletos de nafta y gasoil ha sido almacenados en sectores estratégicos señalizados con banderas que sirven para identificar que en ese sitio, las lanchas pueden proveerse gratuitamente de combustible. Esta acción está dando resultado y facilita que miles de personas puedan ser evacuadas exitósamente hacia zonas altas donde se les brinda asistencia médica, alojamiento y comida.
En este momento, en el edificio, el capitán Castillo mira atónito el despedazado y vacío cuerpo de Deborah. Lo acompañan el doctor Marino y el ex comisario Vélez, los tres han decidido ir hasta el último piso y previamente a la tarea de traslado de los restos, verificar lo acontecido en esa parte de la torre. El doctor Marino mira una y otra vez el cadáver de la chica. Lo que más le llama la atención, es que al igual que los cadáveres de Ramón y su esposa Rosa, éste también presenta un aspecto similar al de una momia sin "rellenar". Los órganos internos no están en su sitio, solo han quedado huesos y cáscaras de piel que lo envuelven escasamente. Tampoco observan rastros cercanos de vísceras, aunque sí se evidencian charcos de sangre que comienzan a secarse. Castillo mira al médico con preocupación, quiere escuchar alguna opinión al respecto. El doctor Marino se ha percatado de esta intención y le dice:
-Estas muertes no son normales, de eso estoy plenamente convencido, dice el médico.
-¿Y ante qué nos encontramos doctor?, pregunta Castillo.
-Los órganos de los tres cadáveres existentes tienen señales muy claras de haber sido
succionados limpiamente con una metodología que desconozco. Fíjese que no ha habido corte
quirúrgico alguno y la materia fué extraída a través de heridas previas, ojos y boca,
descartando todo aquello que sea huesos y piel, algo terriblemente llamativo y que no he
visto en toda mi carrera como cirujano, responde el médico con preocupación.
-¡Mi Dios!, exclama Castillo, ¿Quien pudo hacer tan macabra tarea?
El doctor marino está tratando de encontrar alguna evidencia y mira atentamente cada uno de los rincones cercanos al cadáver. Unidos al cuello y las muñecas del cuerpo, permanecen intactos un valioso reloj de marca, pulseras y anillos de oro. El agua proveniente de la terraza del edificio continúa ingresando por debajo de la puerta que comunica con la terraza desembocando en las escaleras tratándo de encontrar una salida en las aberturas de las puertas metálicas de los cuatro ascensores.
Los tres hombres se miran sin cruzar palabra, finalmente Castillo dice:
-Llevémos este cuerpo hasta el primero piso y después, nos ocuparemos de revisar el resto del
edificio.
Entre tanta muerte y desolación, surgen acciones llenas de coraje y amor al prójimo que se multiplican en varios sectores de la castigada ciudad. Pero hay también muestras de miseria humana que emergen desde los abismos más siniestros para actuar como aves de rapiña y aprovechar esta tierra de nadie causada por el cataclismo. Le dicen "Peligro", tiene veintisiete años y ha estado preso en reiteradas oportunidades. En el mundo delictivo se lo reconoce como un verdadero “pesado” y cuenta con dos muertes en su haber. Entre sus víctimas se incluye un policía de la Federal. Desde que comenzó el temporal, el delincuente vió la oportunidad de dar golpes fáciles en un barrio cercano a la villa que habita. "Peligro" y su amigo y secuaz "El zurdo" Chirripa, han logrado hacerse de un bote de fibra de vidrio dotado de un potente motor fuera de borda. Ahora se encuentran en el segundo piso de una vivienda usurpada por los miembros de la banda. La lancha está fuertemente amarrada a las rejas instaladas en las ventanas de la propiedad. En el interior de la casa permanecen cuidadosamente ordenadas varias cajas de embalaje que contienen electrodomésticos de todo tipo, este es el producto de los múltiples saqueos que "Peligro" y sus compinches vienen realizando con la modalidad de "piratas de río". El potente motor de la embarcación que utilizan para sus incursiones delictivas, les permite después de cada robo desplazarse con rapidez y darse a la fuga facilmente para después perderse entre las aguas. "Peligro" y su gente se han movido con impunidad ante la ausencia de controles policiales qué impedidos de actuar ante la inundación y la carencia de móviles anfibios puedan controlar este tipo de saqueos. Ante la exitosa y reiterada operatoria, "Peligro", ha ordenado a su banda que se apoderen de nuevas embarcaciones para ampliar su flota de asaltos y engrosar el cuantioso botín que ya tienene en su poder. Hasta el momento todo les ha resultado fácil, ya que todos los comercios y domicilios que eligieron para saquear estaban abandonados por sus propietarios. Ahora en la casa hay un potente aparato estéreo a pilas que deja oir música tropical a todo volumen. "Peligro" enciende un "porro" al tiempo que toma cerveza, su tercera lata de la mañana. Una mujer joven despierta fastidiada por el sonido que sale del estéreo. Tiene cabellos largos y negros, es delgada, se llama Trinidad y solo tiene dieciocho años. Es la concubina de "Peligro". La chica se despereza y sale de la cama con desgano. Junto a su mesa de luz, hay una botella de whisky, varios cartones de cigarrillos y un revólver calibre treinta y ocho. En una mesa repleta de cubiertos y cajas que aún contienen restos de pizzas, se apoya una ametralladora Uzi, una escopeta de caño recortado y una pistola nueve milímetros. También hay docenas de cartuchos y varios cargadores correspondientes a las armas descriptas.
La chica también prende un cigarrillo y su malhumor desaparece como por arte de magia cuando observa la cantidad de cajas que ocupan casi todo el piso al tiempo que exclama:
-Que turros! Piensan poner un hiper de electrodomésticos?
-Callate guacha, mientras nosotros nos cagamos de frío toda la noche, vos dormías como una
puta, le responde "Peligro" mientras anota en un cuaderno que usa como inventario, todo lo que
llegó en el último cargamento.
-Ché "peligro", que te parece si nos tiramos un rato? Estámos hechos “pelota”, le dice con voz
cansada "El zurdo" al tiempo que enciende un porro de marihuana.
-"Tá" boludo, le contesta "Peligro", si querés hacemos un impasse hasta la noche y
elegimos otra ruta, sí?
-Okey, le responde "el zurdo". Al tiempo que toma su pistola , se incorpora y camina hacia una
de las habitaciones.
Trinidad viste un jean y un buzo abrigado, se sirve café de un termo y busca facturas en un paquete que hay sobre la mesa cercana a la cocina. "Peligro" le pide que ponga café en su taza mientras se acerca a la chica y pasa sus brazos a través de la delgada cintura de la joven. Luego, mirándola a los ojos, le dice suavemente...
-Y ? Que te parece mamita? Zafamos o nó con este "choreo" eh?
-Sos un bocho "Peligro", solo a vos se te podía haber ocurrido esto, le dice la chica.
La música de cumbia se hace oir como un decadente himno a la miseria humana. Su ritmo pegadizo es el patético fondo musical que solo la banda de "Peligro" parece escuchar en medio de tanta desolación.
Vayamos ahora al hospital de emergencia donde el padre Marinello despierta. Ha dormido unas pocas horas y se siente culpable por haber caído rendido por el cansancio. Elena la doctora "rubia" junto a otro médico y una enfermera, han estado ocupados en una operación de parto que resultó exitosa. Una niña ha nacido y esa reciente vida, brota como un símbolo de esperanza en medio de la muerte. La madre de la criatura llora con una mezcla de felicidad y tristeza, ya que Pablo, su marido y padre de la niña ha desaparecido sin tener hasta el momento noticias sobre su suerte. El cura se moja la cara con el agua de un balde. El movimiento dentro del lugar sigue siendo intenso y el nacimiento parece haber infundido una cuota de alegría a los ocupantes del hospital de campaña. También la presencia del helicóptero que sobrevoló el edificio en las primeras horas de la mañana parece haberles levantado el ánimo y reina cierto optimismo entre todos los refugiados y el personal que los asiste. El sacerdote camina directamente hacia la sección donde se encuentran los heridos de importancia. Un médico joven, ha reemplazado a la doctora Elena y es quien ha tomado la guardia a su cargo. Tiene anteojos de aumento, es un hombre de treinta y siete años y está en el hospital desde la primera hora. El profesional mira al cura y lo saluda con una breve sonrisa.
-¿Como está doctor Beguet ? pregunta el cura.
-Bien padre, bien, aunque seguimos necesitando medicamentos y en lo posible trasladar a los
enfermos que necesitan atención más compleja, responde el médico.
-Yo creo que Dios nos ayudará doctor. Al menos saben que estamos aquí.
-Mire padre, yo también confío en que alguien hará algo por toda esta gente, pero
tengo mis reservas con respecto a la eficacia de los responsables de nuestra seguridad.
-Doctor ; ¿cuanto tiempo podemos resistir? pregunta el sacerdote.
-No más de dos días padre. Dos días si hacemos un estricto racionamiento y de medicinas y
alimentos, rogando que no lleguen más refugiados.
El padre Marinello es fuerte. En todo momento antes y después de la evacuación demostró valor y serenidad en cada una de sus acciones, más allá de su sincero amor al prójimo. Lo dicho por el doctor Beguet , coincide con los temores de la doctora Elena y el informe sobre la cantidad de fallecidos que hasta el momento ha sufrido el hospital de campaña.
-¡Una lancha, viene una lancha grande! grita alguien.
El padre Marinello junto a los médicos de guardia y parte del personal de enfermería, se asoman a una de las amplias ventanas que sirve de atracadero de las embarcaciones livianas. Muy cerca, ven acercarse una lancha que enarbola una bandera argentina.
-¡Doctora Elena venga, está llegando una lancha de la prefectura, venga!

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