miércoles, 16 de abril de 2008

DEBORAH

Ramón, el encargado ha llegado por fin a la planta baja. Ya está frente a la puerta de su departamento. Está agitado, no logra entender que es lo que ha ocurrido en ese maldito piso. El agua parece haber subido algunos centímetros más. No vé a nadie cerca suyo . Su pulso está muy acelerado. Solo pide a Dios que su mujer esté bien, liberarla y salir cuanto antes de ese infierno líquido y mortal. Logra al fin abrir la puerta de su vivienda y entra gritando el nombre de su esposa:
-Rosa, Rosa ¿estás bien.? ¡Soy yó, soy yó!
Con celeridad, entra al pequeño departamento y rapidamente se dirige hacia el cuarto de baño donde ha quedado encerrada su mujer. El cuerpo de Rosa se encuentra boca abajo. Aún está fuertemente maniatada. El encargado la toma por debajo de sus brazos y la arrastra hacia el pequeño living. Levanta su cabeza y angustiado, vé que Rosa tiene una profunda herida en su cabeza por la que brota abundante cantidad de sangre. Desesperado le quita la mordaza. Los ojos de su compañera está muy abiertos.
Intenta reanimarla, pero sus esfuerzos son inútiles. La mujer, de fuerte contextura física no vuelve en sí. Todo parece indicar que trató de incorporarse y luchó con alma y vida para tratar de quitarse las ataduras, con tan mala fortuna que perdió el equilibrio y su cabeza golpeó contra el lavamanos violentamente perdiendo la vida en el acto. Ramón se abraza al cuerpo de su compañera de tantos años. Solo repite:
¿Porqué Dios, porqué?
y solloza desconsolado. No se explica que és lo que causó tanto dolor y muerte. La luz sigue parpadeando. El hombre ha hecho lo imposible por revivir a su mujer y su vida se le está yendo a él también. Llora como un niño náufrago en medio de tanta agua y desolación. Se muerde los labios con fuerza, hasta hacerlos sangrar. Hay sangre en su boca lastimada, escupe y la sangre se mezcla con el agua que se revuelve en su departamento. El chasquido parece un latigazo. El insaciable líquido ha vuelto a cobrar vida y el tentáculo transparente penetra en la boca del encargado sin darle tiempo a reaccionar. En sus últimos segundos de vida solo siente un ardor intenso que le recorre todo el cuerpo. Su boca está abierta y por ella fluyen sus propios órganos extraídos por esa fuerza extraña e incontenible. Sabe que lo están vaciando. Sabe que muere sin remedio. El líquido está activo y bulle frenéticamente. Ahora el cuerpo de Rosa se sacude como si cobrara vida.
La “serpiente” líquida ingresa en la herida que la mujer tiene en su frente .La cabeza se hincha por segundos. Sus ojos saltan fuera de sus órbitas y por los dos agujeros fluyen sesos y gran cantidad de sangre. El cuerpo de la mujer se mueve frenéticamente como si fuera sacudido por una fuerte descarga eléctrica. Ambos cadáveres siguen grotescamente abrazados y en movimiento. El cuerpo de Rosa se dilata cada vez más. Por su boca despide gran cantidad de materia orgánica. El proceso de vaciamiento termina. La tensión de energía es muy baja. Apenas pueden verse dos esqueletos envueltos en su propia piel que yacen el uno junto al otro estrechados por la muerte. El hilo líquido lleva consigo otra sanguinolienta carga de carne humana y con la velocidad de un rayo, se introduce en la boca de una de las canillas de la pileta de la cocina.
La luz del edificio ha recobrado bastante intensidad. Varios ocupantes de los distintos pisos, al escuchar los disparos provenientes del departamento de Mora, han salido a los pasillos aunque sin animarse aún a acercarse al sector de los sucesos. Deborah todavía permanece en el lugar donde ocurrieron las extrañas muertes. En el momento en que Adrián, el malhechor que la tenía de rehén, es herido por Mora, su amante, buscó refugio en el interior de un amplio placard que se encuentra en el vestidor contiguo a la habitación principal. Allí encerrada ha tratado de no moverse y piensa que aún hay gente en el piso. Los temblores de su cuerpo desnudo han disminuido. Por su mente pasan velozmente las terribles imágenes vividas. Aún siente los fuertes golpes que le propinó Adrián y la excitación del delincuente cuando intentaba violarla. También aún parecen resonar en sus oídos los gritos y los disparos. Está transpirando copiosamente, se siente paralizada y con su cerebro a punto de estallar. La oscuridad reina dentro del placard. No se atreve a intentar ningún movimiento por temor a ser descubierta.
Tiene una sensación de claustrofobia que apenas puede dominar. De pronto recuerda que su teléfono celular está en una de las mesas de luz del dormitorio donde fue golpeada y ultrajada. Ese pequeño aparato le puede servir para pedir ayuda. Con sigilo, comienza a abrir la pesada puerta del mueble.
Aún tiene el cuerpo húmedo. Pisa la alfombra que recubre el piso del vestidor. Trata de mantener la calma y manejar el miedo. Solo escucha el chasquido que provoca al caminar sobre el suelo mojado. En el ambiente hay un intenso olor putrefacto. Avanza unos metros por el pasillo que conduce a la cocina. El silencio reinante le hace suponer que nadie ha quedado allí. La luz artificial del departamento vuelve a disminuir en intensidad y se convierte en mortecina. La chica tropieza con algo blando, gelatinoso. Mira hacia abajo y vé que su pié derecho está sobre un torso humano que se ha deshecho con facilidad. Horrorizada comprueba que lo que queda de ese cuerpo desarmado, corresponde a Adrián, el delincuente que después de maltratarla quiso utilizarla como escudo. Asqueada salta hacia un costado y camina hacia el sector donde se encuentra el escritorio de su amante. Deborah está a punto de desmayarse. Ante sus ojos aparecen los cuerpos de Mora y otro hombre al que supone era el cómplice del delincuente que la golpeó salvajemente y amenazó con su revólver.
En ese lugar, los cuerpos destrozados están cubiertos por una gran cantidad de billetes de cien dólares, esparcidos por todo el piso húmedo. El portafolios elegido por Mauro, el otro asaltante para llevarse el botín, se ha abierto dejándo caer varios fajos de dinero Norteamericano. La chica piensa que lo ideal es tomar toda esa plata e irse cuanto antes de ese infierno. Sin dudarlo, recoge rápidamente los billetes, algunas joyas y se dirige hacia el dormitorio en suite de Mora. Allí había dejado su teléfono celular y también su ropa. Se viste precipitadamente y camina hasta la puerta de servicio sin mirar hacia los costados. Ya en el pasillo central del piso, nota que la puerta del único ascensor que funciona en la torre está abierta e ingresa al transportador de personas.
Las puertas metálicas se cierran automáticamente. Deborah oprime el botón correspondiente a la planta baja. La máquina comienza un descenso suave y repentínamente el ascensor se detiene. Su interior queda completamente a oscuras. Fuera de sí, la muchacha comienza a apretar todos los botones instalados en el panel y nada sucede. Ahora comienza a golpear las puertas con sus puños y grita pidiendo auxilio desesperada.
En tanto, en el piso superior, se encuentra la sala de máquinas donde funcionan los motores de los ascensores, el agua que ingresa por debajo de una puerta que conduce a la terraza de la torre, al igual que una pequeña y abundante cascada entra con fuerza al sector. Un chisporroteo se produce cuando el agua toma contacto con los conductos eléctricos.
El ascensor donde se encuentra atrapada Deborah se pone en movimiento y asciende con velocidad. Todo sucede en segundos. Impulsada por una fuerza incontenible, la caja metálica frena en el último piso, produciendo un prolongado chirrido. El golpe es brusco y Deborah cae sobre el piso del pequeño habitáculo. Las puertas se abren automáticamente y la joven que ha sufrido algunos magullones en su cuerpo, se arrastra hacia lo que supone es la abertura salvadora. Ya tiene casi medio cuerpo afuera cuando las puertas se cierran violentamente apretando con fuerza su pierna izquierda que ha quedado aprisionada dentro del ascensor. Deborah trata de sacarla, pero en ese instante, el ascensor vuelve a ponerse en movimiento y corta su miembro con la ferocidad de una afilada guillotina. La infortunada muchacha grita enloquecida, no puede creer que en ese lugar donde hace segundos estaba su pierna intacta, se agite ahora un muñón sangrante. Sus gritos se pierden entre los truenos del temporal y valiéndose de sus codos se arrastra hacia la escalera de incendio, dejando en su penoso tránsito un gran reguero de sangre. Otra vez el fatídico chasquido del líquido surgiendo desde el suelo mojado. Deborah no se ha percatado que a escasos centímetros de su pierna mutilada avanza esa especie de "serpiente" invisible, que ingresa rápidamente en el miembro destrozado. El líquido escarba la carne caliente y extrae los órganos con la precisión de un cirujano. De ese hermoso cuerpo jóven y bello, solo vá quedándo un desagradable montón de piel y huesos. La cabeza de rubia cabellera, aún muestra señales de vida. Los ojos celestes de la chica, están casi fuera de sus órbitas y en su agonía alcanza a ver la valija de Mora, que al caer se ha abierto nuevamente y hay una impresionante cantidad de billetes verdes flotando entre las revueltas aguas teñidas de rojo. Deborah siente un ardor insoportable en su cerebro, ahora el líquido ha ingresado en él y comienza a vaciarlo. Mientras la masa encefálica es extraída, la cabeza se mueve hacia todos lados como si estuviera manejada por hilos histéricos e invisibles. Deborah es una muñeca rota, sin formas, sin órganos y sin vida. El líquido se retira satisfecho y desaparece por una canilla interior para perderse en la maraña de cañerías existente en el edificio.

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