martes, 15 de abril de 2008

PRIMERAS MUERTES en la TORRE

Sólo uno de los cuatro ascensores del edificio está en funcionamiento gracias a los generadores que abastecen de energía a la torre. Ramón y los dos delincuentes ascienden al único elevador. El encargado tiembla de frío y también de miedo. Sus ropas aún están húmedas, ya que los dos ladrones no le permitieron cambiarlas por otras secas. Mora, la víctima elegida para el primer atraco, habita en el piso seis. Instintivamente, Ramón pulsa el botón que conduce a esa parte de la torre. El ascensor se detiene suavemente, las puertas se abren sin emitir sonido alguno. Ya se encuentran en el pasillo, donde se siente un agradable clima producido por la calefacción central. Ramón camina adelante rumbo a la puerta de servicio del departamento de Mora, detrás suyo, Mauro no deja de apoyar la pistola en su cabeza. Desde que salió de su departamento, donde su esposa quedó fuertemente maniatada y amordazada, lleva consigo un manojo de llaves. Cada una de ellas, pertenece a las distintas viviendas de los habitantes de la torre. Sus manos están temblorosas, por fin logra colocar la llave que pertenece al departamento de Mora. Solo basta un giro al picaporte, un "click" imperceptible y los tres hombres acceden a un pasillo de la vivienda que conduce directamente a la cocina y el sector correspondiente al personal de servicio.
Ignorando lo que está a punto de suceder, Mora ha salido del cuarto de baño, donde Deborah
comienza a secarse y vestirse con una bata blanca de invierno. Mora deja su vaso de whisky y se acerca al receptor de radio. Quiere seguir escuchando las últimas noticias sobre la catástrofe. El instinto le indica la presencia de alguien y grande es su sorpresa, cuando se dá vuelta y vé que frente a él a menos de un metro, Mauro le apunta al pecho con una pistola, al tiempo que le dice:
- ¡Tranquilo papi. Te venimos a robar y no hagás cagadas porque te reviento!.
Mora no puede creer lo que está pasando. Ha quedado paralizado y vé que detrás de quien lo apunta con un arma, observa a Ramón, el encargado que a su vez está siendo amenazado con un revólver por Adrián, el otro delincuente. Mora trata de ordenar su cerebro, que está a punto de estallar. Solo la voz firme de Mauro lo retorna a la realidad del momento.
-¡ La plata viejo, sabemos que tenés y mucha, así que llevános a la caja fuerte!.
Mora se siente a punto de desfallecer. ¿Que hacer? En su caja de seguridad tiene poco más de doscientos mil dólares, alhajas y relojes de muchísimo valor. Demasiado dinero para perderlo en unos pocos minutos y saqueado gratuitamente por un par de miserables. Piensa que esos dos tipos están "jugados" y no tendrían ningún reparo en matarlo sin piedad. El tiempo parece detenerse para él. Traga saliva, intenta serenarse, mostrarse calmo e intentar convencer a esos sujetos que allí no existe ninguna caja fuerte, pero es posible que lo torturen y cuando hable y consigan lo que buscan, igual lo matarán. Solo atina a balbucear:
-...Escuchen muchachos, creo que están equivocados. Solo tengo algo de dinero y unas joyas, El resto...Está en una caja de seguridad del banco. Creanmé, es la pura verdad.
Mauro comienza a enfurecerse. Su rostro inspira miedo. Lentamente y con mano firme dirige la pistola hacia la pierna derecha de Mora. El arma está amartillada, un leve movimiento de su dedo en el gatillo y el estampido se mezcla con los sucesivos truenos que se oyen en el exterior. Mora grita. El disparo lo hace trastabillar y cae al piso viendo horrorizado el agujero que la bala produjo en su pierna, que comienza a sangrar abundantemente. Mira sus manos llegas de sangre y el dolor es tan intenso que no puede dejar de gritar. Mauro apunta ahora el arma hacia la cabeza de Mora, que al darse cuenta suplica:
-¡Nó, nó, por favor no me matés. Te digo, te digo donde está la caja!
Mauro lo contempla con cierto placer y dirigiéndose al atónito encargado le dice:
-¡Vení viejo, ayudá a este infeliz a levantarse!
Ramón cumple con la órden logrando que el abogado herido se incorpore. Apoyado sobre el hombro del encargado, Mora comienza a caminar dificultosamente hacia el sector donde se encuentra su escritorio, dejando a su paso manchas de sangre sobre el suelo alfombrado. Deborah, que está en el cuarto de baño, ha escuchado la detonación. Presiente que algo grave está sucediendo porque también oyó los gritos proferidos por su amante y los delincuentes. No sabe que hacer. Solo tiene puesta una bata y cree que lo mejor será salir de allí cuanto antes, llegar hasta la puerta de salida y pedir ayuda. Con el mayor de los sigilos y con su corazón latiendo a punto de estallar, comienza a caminar por el pasillo, cuando una mano le aprieta su garganta. Adrían, el otro delincuente, la ha descubierto. La muchacha respira agitadamente. Adrián, quita la mano de su cuello y coloca el revólver en la boca de la aterrada mujer. A pocos metros de allí, Mora ha conseguido llegar hasta su escritorio. El lugar es amplio y está decorado con exquisito buen gusto. Mauro no deja de apuntarlo, tanto a él como al encargado que lo está ayudando a mantenerse en pié. A Mora le cuesta recordar la combinación de su caja, pero el miedo es más poderoso y rápidamente va ubicando los correspondientes números de la clave. La caja ya está abierta, el abogado se aparta hacia un costado, se deja caer en el piso, tomándose con las dos manos la pierna herida y con voz quebrada, sin mirar al delincuente, exclama:
-Allí está todo. Es todo lo que tengo, llevátelo.
Deborah ha quedado petrificada ante la imprevista aparición del segundo asaltante. Nota que Adrián está transpirando y ahora, con el caño del revólver, comienza a recorrer sus senos lentamente. La cocaína hace que el delincuente además de sentirse omnipotente, comience a sentir deseos incontenibles ante el rostro bello y el cuerpo desnudo de la joven. También considera que está dominando la situación y tanto él como Mauro, tienen todo el tiempo y la impunidad del mundo como para apoderarse de lo que se les antoje, y...¿Porqué nó también de esa escultural mujer?Mauro no puede creer que haya tanto dinero dentro de la caja fuerte de Mora. El tesoro que aparece ante sus ojos, le hace olvidar que ha llegado hasta allí con Adrián. Solo escucha el jadeo y los lamentos de Mora, que continúa recostado en el suelo de su escritorio. Mauro quiere llevarse todo lo que hay en la pequeña bóveda y dirigiéndose al encargado, le dice:
-¡Alcanzáme ese portafolios y ayudáme a guardar la fortuna que este este hijo de puta guarda aquí! Ramón abre la valija y comienza a acomodar los billetes de dólar, mientras Mauro se aboca a retirar las joyas allí depositadas. El encargado se siente culpable de lo que está ocurriendo. Dios, piensa, esto parece una pesadilla, ¿Porqué diablos nos tocó esto a mí y a la pobre Rosa?. De pronto, se escucha un grito de mujer que proviene desde algún sitio no muy lejano del departamento.
-También tenías una perra escondida, ¿eh?, le dice Mauro al abogado malherido. Adrián a arrojado a Deborah sobre la cama de la suite. La muchacha intenta resistirse, pero el exaltado delincuente le aplica un fuerte puñetazo en el rostro que deja prácticamente inconciente a su víctima y no conforme, vuelve a pegarle con inusitada violencia y sadismo. Mauro sabe que su cómplice se está "divirtiendo". Ramón mira a Mora, que parece haber perdido el sentido, posiblemente a causa de la gran cantidad de sangre que emana de su pierna herida.
-Señor,¿ puedo ayudar al señor Mora?, lo veo muy mal, le pregunta al asaltante. Mauro al escuchar esto, le clava su mirada con furia y le responde:
No jodás viejo! a este hijo de puta lo voy a rematar yó mismo y vos, alcanzáme ese otro maletín, hay que seguir cargando guita. ¡Dale, apuráte! Ya Mauro ha cerrado una de las valijas y al hacer esto, dejó la pistola amartillada sobre el escritorio del abogado. Ramón sabe que esa será su única oportunidad. Sin dudarlo, se abalanza sobre el arma, la toma con las dos manos, apunta al delincuente que está de espaldas y dispara. La bala impacta en el cuerpo de Mauro, lo impulsa hacia adelante y gira rápidamente arrojándose con un alarido de rabia sobre el encargado que vuelve a apretar el gatillo. Esta vez, Mauro ha recibido el impacto en el estómago y no puede creer que ese "infeliz", le tire con su propia arma. Adrián, estaba a punto de penetrar a Deborah,
cuando escucha los disparos. Piensa que la policía o alguien armado ha ingresado al lugar y seguramente mataron a su secuaz. Toma a Deborah por los cabellos, pone su revólver en la cabeza de la muchacha y mientras le retuerce el brazo le dice:-
De acá salimos juntos, putita, ¡Vos sos mi escudo!
Mauro está de rodillas, mira el agujero que tiene en su estómago y la sangre que fluye a borbotones de esa herida. La vista se le nubla y alcanza a distinguir a Ramón que permanece de pié y apuntándole a la cabeza. El agua del hidromasaje continúa desbordándose y comienza a recorrer el departamento. Mauro tiembla, no quiere desmayarse. Respira con mucha dificultad, quiere incorporarse pero está demasiado malherido. Todo ha transcurrido en contados segundos, Mora consigue arrastrarse hasta su escritorio, abre uno de los cajones y saca a relucir un revolver calibre treinta y ocho corto color plateado. Mauro siente frío, sabe que ha perdido, que se ha descuidado y ya es tarde para él. Casi sin aliento, alcanza a dar un grito desesperado;-¡Adrián, Adrián, salvame compañero, me estoy muriendo. Salváme!
Ninguno de los protagonistas de este hecho sangriento, se ha percatado que el agua proveniente del cuarto de baño ya cubre todo el piso del escritorio. El líquido tibio aún, está mezclado con espuma perfumada y se confunde con la sangre de los heridos formando un extraño remolino.

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