viernes, 11 de abril de 2008

EL COMIENZO

Al principio comenzó como una precipitación normal o pasajera. El servicio meteorológico la había pronosticado para las 17 horas del día 27 de Junio. Efectivamente , a la hora anunciada, la lluvia caía lenta, sostenida. Apenas se escuchaban algunos truenos y los relámpagos se sucedían con ciertos intervalos. El cielo había oscurecido y los cientos de miles de ciudadanos de la ciudad de Buenos Aires, que en ese momento estaban transitando a pié, en automóvil o transportes por los distintos sitios de la gran urbe, solo ansiaban llegar a sus respectivos hogares o simplemente buscar refugio en algún bar hasta que pare de llover, algo que no sucedería.
Aquella lluvia extraña llevaba yá 3 días de intensidad sostenida y lo más preocupante era el techo de nubes densas e inamovibles que durante esas escasas 72 horas, habían convertido los días en noches interminables. El 30 de junio a las 21.30 horas, estalló el primer embate con un sorpresivo y violento temporal que comenzó a arrasar con árboles, carteles publicitarios, cables y antenas de todo tipo. Al fuerte viento le siguió una feroz lluvia de granizo con piedras de grandes dimensiones que ametrallan sin piedad los techos de todos los vehículos en movimiento o que se encuentran estacionados al descubierto. Las calles comienzan a anegarse. Los desagües no resisten la afluencia de tanta cantidad de agua. Las bocas de tormenta, vetustas, con muchos años de falta de mantenimiento y obstruídas por la gran cantidad de residuos se han transformado en diques inexpugnable que a modo de "tapones", impiden la salida del abundante caudal líquido que segundo a segundo crece imparable en cada uno de los barrios de la capital. Ya en algunas arterias, el agua está superando el metro de profundidad.
Los comercios permanecen cerrados y en muchos de ellos las compuertas de hierro o alumino colocadas en los accesos a modo de contención, no soportan el embate de las aguas y en numerosos locales y viviendas ya se evidencian los daños causados por tamaña inundación. Los bomberos, policía y Defensa Civil, trabajan sin descanso tratando de evacuar a miles de personas que en horas se han convertido en indefensos náufragos de la ciudad. Para los autobombas, los patrulleros y las ambulancias se torna casi imposible desplazarse por calles o avenidas y muchos de estos vehículos van sufriendo en su trayecto lento y dificultoso, serias averías que impiden su marcha y quedan detenidos en el camino sin lograr que lleguen a tiempo a los sitios donde urgen sus presencias.
Los medios de comunicación se han unido en la emergencia y permanentemente van suministrando información sobre la ubicación donde se encuentran instalados los diferentes centros de evacuación. El cielo se ennegrece cada vez más y esto ofrece un aspecto mucho más tétrico al escenario de la catástrofe. Las calles son ahora ríos donde flotan sin control automóviles y camionetas que arrastrados por la corriente embisten violentamente todo lo que encuentran a su paso. La ciudad, desde el inicio del temporal se ha quedado sin energía eléctrica y solo están funcionando los generadores de emergencia instalados en hospitales u otros improvisados centros de asistencia sanitaria. Ante la crecida de las aguas, solo los ocupantes de los miles de edificios de propiedad horizontal se sienten más seguros y desde las alturas resisten el temporal con cierto alivio ante la tranquilidad de permanecer lejos del suelo inundado.
Los helicópteros designados a las operaciones de rescate sobrevuelan la ciudad iluminando con sus poderosos reflectores el dantesco espectáculo que ofrece la gran urbe, pero nada pueden hacer en sectores sembrados de edificios y antenas peligrosas. La misión de los helicópteros consiste en dirigirse hacia barrios de casas bajas donde hay mucha gente desesperada que ha trepado a los techos de sus viviendas y agitan sus manos, linternas y ropas con el fin de ser vistos desde el aire y lograr ser rescatados antes que las aguas sigan subiendo y sea demasiado tarde.
También hay un importante número de lanchas chicas y medianas de usos particulares que tripuladas por sus propietarios se han unido a otras pertenecientes a organismos de seguridad y navegan por los ríos callejeros tratando de salvar a personas que permanecen aferradas y al límite de sus fuerzas sobre los techos de sus vehículos. Las embarcaciones se desplazan valiéndose de motores fuera de borda, algunas disponen de reflectores con importante alcance que les permiten ubicar rápidamente los lugares donde hay grupos de náufragos urbanos. La descontrolada fuerza del agua provoca que varias lanchas sufran graves accidentes, ya sea chocando contra columnas de cemento o hundiéndose irremediablemente a causa del peso excesivo de las personas que llevan a bordo.

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