jueves, 24 de abril de 2008

CONDENAS DEL PASADO

Aunque no pudieron tener hijos, el matrimonio llevó una vida estable. Vélez logró una cómoda posición económica y tuvieron la posibilidad de realizar varios viajes al exterior. También recuerda que hubo una época en la que su marido bebía casi en exceso y le resultaba imposible poder conciliar el sueño. Durante años, las terribles pesadillas de Vélez, sus gritos, la transpiración y la agitación que irrumpían en su sueño la despertaban sobresaltada. Recuerda que con el tiempo la ayuda sicológica y una medicación, lograron que su esposo se fuera tranquilizando. Alejandra asumió el rol de ama de casa y trató de mantener a toda costa su matrimonio. No ha sido fácil para ella soportar tanta presión cuando pasaba largas noches de vigilia esperando que Vélez regresara a su casa después de cada operativo. Jamás quiso saber detalles sobre el trabajo de Vélez. Siempre creyó que sería lo mejor para evitar fricciones ya que al oficial nunca le gustó hablar de sus tareas en la fuerza.
Esta era la primera vez que su marido ha sido confidente con ella. A medida que lo escuchaba, lo veía demacrado, nervioso y por primera vez, después de varios años, Vélez había vuelto a tomar whisky. Vélez se siente bastante mejor ahora. El agua tibia que brota con fuerza de la ducha, lo relaja. Hacía mucho tiempo que necesitaba hablar con Alejandra. Los años han transcurrido y tiene la sensación de haber vivido junto a una desconocida. La rutina los había llevado a ser compañeros respetuosos, pero asume que solo le dio un pequeño porcentaje de su verdad interior a esa buena mujer que lo ama de verdad. El policía, siempre tuvo miedo que Alejandra conociera cual había sido su rol en la época de la dictadura militar. La fuerza de seguridad había sido su vocación desde chico. En ella encontró a una familia y se entregó de lleno en el cumplimiento de su deber. Siempre tuvo un carácter retraído y se esforzó por ser el mejor oficial, sin discutir jamás una órden de sus superiores.
Los operativos del setenta y siete y setenta ocho, le habían cambiado la vida. ya nada sería lo mismo. Los golpes primero y el derribamiento de las puertas después. Los gritos, las armas amartilladas y esos chicos, casi niños que con sus rostros llenos de miedo levantaban las manos bien arriba. Los cabellos de los muchachos y las pibas que quedaban en sus manos cuando los arrastraban por el suelo. Los culatazos que daban en esos cuerpos delgados vestidos a veces con camisas de colores y pantalones estilo Oxford y otras en ropa interior, porque los sorprendían en medio de la noche. El olor de la transpiración , el miedo de sus prisioneros que apenas tenían veinte años y que eran supuestamente guerrilleros responsables de algún atentado.
La seccional era el primer tramo de la detención de aquellos chicos. El estaba a cargo, cuando aquella noche, le llegó la órden a través del teléfono. Eran operativos conjuntos con el ejército y la policía hacía la tarea de ir adelante, la avanzada, porque conocían mejor el terreno urbano. Cuando colgó el aparato, sintió una puntada en el estómago, le habían dado la misión de ejecutar a los ocho prisioneros que estaban a su cargo. Todo debía hacerse rápido y simulando un enfrentamiento. Sin perder tiempo instruyó a sus hombres y prepararon todo para ejecutar la órden. El mismo se encargó de mentirle a los chicos que los trasladarían a la jefatura de policía para después liberarlos. A su mente vienen las imágenes de esos jóvenes que habían sido golpeados durante varias noches y tenían las marcas en su cuerpo y rostros. Los labios partidos y los ojos hinchados. Una de las chicas, que recuerda como Laura, era rubia y muy bonita. Ella había recibido picana eléctrica, al igual que el resto de sus compañeros, pero no había resistido y estaba en estado de shock, sus ojos celestes miraban al vacío, como indiferente.
El calabozo era grande. Algunos de los chicos se habían hecho encima durante las sesiones de tortura. Poco obtenían en esos interminables interrogatorios. Generalmente los prisioneros se quebraban y comenzaban a dar nombres de compañeros de la facultad que supuestamente estaba en "algo". Esos datos se usaban para seguir buscando ideólogos que pertenecieran a los diferentes grupos extremistas. Esa noche, Vélez, el joven oficial patriota que quería ser un buen integrante de la policía, iba a tener su primera sangre. Los chicos fueron sacados de la seccional sin esposas y los ubicaron en dos camionetas que irían acompañadas por vehículos policiales. Era una noche poblada de estrellas, hacía calor , era primavera. Vélez fumaba un cigarrillo tras otro y no podía disimular sus nervios. Había leído el libro “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh y muchas veces, le pareció una mierda el fusilamiento de es pobres tipos que solo habían cometido el delito de ser peronistas.
Un sargento primero al que apodaba "el mono", era quien ejercía el control de la operación. "El mono" también era el que se encargaba de torturar a los prisioneros y cumplía esa tarea con gran satisfacción. El lugar elegido era un descampado cercano a una villa. El viaje fue corto, aunque para él pareció durar una eternidad. Durante el trayecto los chicos que iban en las camionetas cantaban temas de Sui Generis, un grupo de rock de la época. Todo indicaba que estaban contentos y habían creído en efecto que estaban libres. Los vehículos se detuvieron. Los muchachos fueron obligados a descender. Vélez iba en uno de los patrulleros y el dolor en su estómago era cada vez más fuerte. Los agentes que lo acompañaban iban en silencio y parecían despreocupados. Los chicos fueron puestos en línea. "El mono" estaba contento. Tenía una metralleta en su mano e insultaba permanentemente a los pibes que estában formados como un grupo de “zombies” desconcertados y temblorosos.
Al fin, luego de unos minutos, recorrió el lugar y decidió por fin llevar a cabo la sucia tarea. "El mono" estaba a su lado.
-Hágala corta jefe, le dijo su subalterno.
-Quédese tranquilo, se lo que hago, le había respondido Vélez.
Los chicos no entendían lo que estaba pasando ni porqué los habían bajado en ese sitio. Uno de ellos, el más alto, empezó a mirar nervioso hacia todos lados. Ese pibe se había dado cuenta que no se trataba de un simple paseo y algo susurró al compañero que estaba a su lado. "El mono", también se percató de este detalle y le dio un fuerte golpe en la cara con su metralleta. El chico cayó al suelo con la boca llena de sangre.
-¡Quietos pendejos de mierda, al que se mueva lo cago a tiros!, les gritó el "mono al
resto de los aterrados adolescentes.
Vélez, el joven oficial, sacó su pistola reglamentaria. La montó y dirigiéndose al grupo de chicos, les indicó que empiecen a caminar hacia la ruta próxima y sin darse vuelta. Pueden irse les dijo con voz segura. Los muchachos no parecían creerle y seguían allí, sin moverse y mirando llenos de miedo a los policías. Vélez aún recuerda los ojos azules, empapados de lágrimas de esa chica rubia que parecía estar ausente de todo lo que allí estaba sucediendo.
-Se escapan gritó el "mono" al tiempo que disparaba su metralleta.
Todos los policías también empezaron a tirar. El ruido era ensordecedor. Las cápsulas saltaban por todas partes. Los chicos caían gritando de dolor. Sus cuerpos al ser alcanzados por los disparos eran impulsados hacia adelante. Algunos se retorcían heridos y llenos de sangre en el suelo y el "mono", volvía a recargar su arma con total frialdad. Más ráfagas cortas que daban en los cuerpos malheridos. La chica rubia de ojos celestes con mirada perdida, aún estaba de pié. El "mono", miró a Vélez y con ironía le dijo:
-¡Es suya jefe. Desde allí no puede errarle!
Vélez le apuntó con su cuarenta y cinco. Apretó el gatillo una y otra vez hasta que quedó sin balas. No quería mirar. La chica había caído de espaldas y tenía cinco agujeros en su frágil cuerpo de muñeca. No había muerto aún, se escuchaba su débil respiración. "El mono", le acercó su metralleta cerca de la cabeza y disparó hasta destrozársela. Vélez recuerda la dantesca escena. También recuerda que no pudo aguantar y caminó hacia un árbol para vomitar. "El mono", se le acercó ofreciéndole una petaca con whisky. El suboficial estaba eufórico y sonreía.
-¡Tome un trago jefe. Hace bien! Y...No se caliente, ya se vá a acostumbrar, es como matar
perros rabiosos vió? Estos pendejos eran zurdos. Unos zurdos de mierda que ya no joderán a
nadie, le dijo el "mono".
A partir de aquello, vendrían incontables noches de fuego y muerte que cambiarían su vida hasta el presente. Todo lo había hecho por la patria. En cómplice silencio con sus hombres y obedeciendo el mandato de quienes desde las altas sombras, ordenaban el exterminio de
los que "andaban en algo" y también de los que nó. Años de locura que clavaron de por vida una pesada cruz en su alma atormentada. Durante todos esos años, nada podría acallar los gritos desgarradores de los que pasaban por la picana o el "submarino" o las súplicas de quienes eran suciamente fusilados sin un juicio previo.
Vélez no pudo contener las lágrimas que se mezclaron con el agua de la ducha.
Sale de la bañera. Busca una toalla grande y comienza a secarse con lentitud. Se mira en el espejo y observa sus ojos enrojecidos. Detrás suyo, aparece la imagen de aquella chica rubia de ojos muy celestes y mirada perdida que en este momento está de pié y parece sonreirle . Vélez no soporta esa visión que lo ha perseguido durante interminables noches. Cierra los ojos, los abre otra vez y la joven ya no está. Solo ha sido una confusión piensa. Esa chica está muerta. El vaso con whisky está apoyado en la jabonera , muy cerca, al alcance de su mano. Un trago le ayudará, está temblando. El agua de la ducha continúa saliendo. Hay vapor dentro del baño. Sus dedos intentan tomar el vaso y éste resbala estrellándose ruidosamente contra el piso.
El ex comisario se agacha con intención de recoger los restos de vidrio y depositarlos en el cesto de residuos. Accidentalmente, un pequeño trozo de cristal le produce un corte en la palma de su mano derecha. La sangre comienza a brotar por la herida. instintivamente pone la mano bajo la lluvia. Otra vez el chasquido y el líquido que cobra vida con la forma de un reptil cristalino. El líquido ingresa raudamente en la herida. Vélez experimenta la misma sensación de haber recibido un impacto de bala. Tiene unos segundos de confusión y luego un ardor insoportable que corre por su brazo como lava hirviente.
Vélez reacciona. Se dá cuenta que está perdido. No había pensado en el agua, el agua maldita que ya se metió dentro suyo y escarba furiosamente todo su cuerpo. Si no hace algo, pronto lo vaciará. Trata de cerrar el grifo de la ducha. Es inútil, ya no tiene el control de sus miembros. El líquido es quién ha invadido y revuelve todo su organismo con la intensidad de un volcán en erupción. Vélez grita. Ya no soporta. Y como en los otros casos, el dolor provoca un aullido desgarrador, casi inhumano. La herida que tiene en la palma de su mano se ha agrandado. Por ese agujero fluye rapidamente la carne de Vélez. El cuerpo del ex comisario se mueve cómo poseído. Su boca también es utilizada como salida de vísceras. Sus ojos estallan y salen disparados. Sus sesos salen por los orificios. Alejandra al escuchar el grito de su marido, trata de ingresar al cuarto de baño, pero Vélez ha cerrado la puerta por dentro. La mujer comienza a golpear la puerta con fuerza. Ya no se oyen los gritos del ex comisario. Solo se escucha el agua de la ducha.
El capitán Castillo y el doctor Marino han ingresado al departamento de Vélez. Estaban a punto de llamar para encontrarse con Vélez, cuando escucharon los desesperados gritos de su mujer. Sin dudar un segundo entran y encuentran a la mujer golpeando con sus puños la puerta del baño. Castillo no duda un solo instante. Le grita a la mujer que se aparte y embiste contra la puerta una y otra vez con intención de derribarla. En el tercer intento, la abertura cede. Grandes nubes de vapor salen del cuarto de baño. Cuando el vaho se disipa, ven el cuerpo deformado del ex comisario. Solo huesos y piel desparramados grotescamente sobre el piso. El agua ha dejado de salir. Atónitos ven como los últimos trozos de carne se meten en el grifo de la ducha dejando delgados colgajos de piel humana adheridos al regador y las hendijas. Alejandra se arroja angustiada sobre los despojos de su marido, el esqueleto envuelto, yace de bruces. La mujer se arrodilla junto a los restos, trata de levantar la cabeza de su marido y el cráneo desinflado se separa del cadáver y queda entre las manos de la horrorizada mujer. Con un grito histérico, lo suelta y la cabeza cae en la bañera.

No hay comentarios: