lunes, 21 de abril de 2008

LA TORRE EN GUARDIA

Lo que ocurrió con los cadáveres que vimos no fue hecho por seres humanos. Me temo que hay algo peligroso en el agua que sale por las cañerías, una especie de enemigo invisible que nos acecha, ataca cuando quiere, mata, mutila y se lleva las vísceras de sus víctimas. Tenemos que tomar una medida al respecto, dice Vélez.
-Mire comisario, hace varios años que somos vecinos. Yo lo respeto mucho como persona, y
aunque no seamos amigos, ambos hemos tenido una formación similar en las fuerzas donde
crecimos. A usted en policía le ha tocado actuar en situaciones de riesgo y al igual que
yó también ha estado muy cerca de la muerte, pero esto no lo podemos manejar nosotros, dice
Castillo.
-Lo entiendo perfectamente capitán, pero coincido con el doctor Marino que por los caños
empotrados en estas paredes se mueve un enemigo líquido. ¿Que puede llegar a ocurrir si el
agua ataca en cualquier momento y en simultáneo? pregunta el comisario.
-¡Dios!, exclama el capitán, en este estado de cosas no podemos perder tiempo, tenemos que
sacar a toda la gente del edificio y poner sobre aviso a los responsables del gobierno. ¿porqué no
preparar una evacuación sin pánico? dice el capitán.
Núñez lo mira pensativo y piensa:¿ es posible que efectivamente el agua o lo que sea haya succionado las visceras y los órganos de esos cuerpos? La inquietud de Vélez es seria. Ha escuchado a este hombre con atención en sus últimas palabras. Evacuar va a ser una medida lógica pero; ¿cómo? La ciudad entera está dominada por el caos y la anarquía. No hay medios ni organismos preparados para una emergencia de tamaña magnitud. Tampoco lo ha estado antes. Las inundaciones son una constante en la argentina y nada se ha resuelto durante años ¿porqué tendría que ocurrir un milagro ahora? El capitán recuerda cuando en el ochenta y dos las fuerzas armadas perdieron la guerra de Malvinas. El estaba allí y mientras viva, la imagen del día de la rendición lo acompañará hasta el final de su vida, también la visión de los cuerpos de sus hombres muertos en el monte. Los estampidos de uno y otro bando, el olor a pólvora, los fusiles y ametralladoras al rojo vivo que disparaban sin cesar. Los gritos de rabia y los gemidos de los heridos que se revolcaban en el suelo helado o en sus húmedos "pozos de zorro". Castillo estuvo al frente hasta que un proyectil de mortero enemigo estalló cerca de su posición y lo dejó gravemente herido. Cuando volvió en sí, médicos ingleses le estaban haciendo las primeras curas. Estaba aturdido y un dolor insoportable en la espalda le impedía efectuar el más mínimo movimiento. Tampoco sentía las piernas y tenía frío, mucho frío. Lo embargaba en ese momento toda la sensación de estar
muriendo y así lo deseaba. Quería quedar junto a sus caídos, pero el destino hizo que sobreviviera. Después, la internación en un buque hospital británico donde fue asistido con profesionalismo y mucho respeto. Respeto que no obtuvieron él ni todos los que regresaron de la guerra por parte de su propio país.
El dolor y las secuelas de sus heridas nunca alcanzaron a ser tan fuertes como la indiferencia de una nación que le dio la espalda a los excombatientes que ingresaron de noche y por la "puerta trasera". Han pasado más de veinte años de aquella pesadilla y nada se ha hecho por cambiar la historia de una nación que tampoco hizo nada por sí misma. A veces Castillo tiene la sensación que treinta y cinco millones de argentinos también se rindieron en Malvinas ante un poderoso enemigo llamado corrupción, mentiras y abatimiento. Una raza de políticos sin preparación para la dirigencia ocuparon el gobierno , el senado, la cámara de diputados y todo aquello que les diera ventajas personales. Hoy, la mediocridad y la ineficiencia, han puesto de rodillas a un país sin rumbo. ¿Cómo pretender entonces que alguien haga algo ante esta amenaza líquida?
-¿Otro mate capitán ? tenga cuidado que está medio caliente, dice Vélez.
-Bueno, tomo el último, contesta Castillo a su circunstancial anfitrión.
-Sabe una cosa capitán, creo que si le decimos la verdad de lo que aquí sucede todos van a
pensar que estamos locos, comenta Vélez.
-Es posible, pero tenemos que correr ese riesgo, le responde el capitán al tiempo que se levanta
de la silla en actitud de irse.
-Vamos a salir de ésta. Le dice el ex comisario con ademán de acompañarlo hasta la puerta del
departamento.
Ya en el pasillo, el capitán le agradece a Vélez por su invitación y acuerdan en encontrarse con el doctor Marino en media hora.
El ex comisario cierra la puerta y revisa nuevamente el listado de personas que están en el edificio. Anota que le pedirá al doctor Marino un informe sobre el actual estado síquico y físico de todos los moradores que permanecen en la torre. También piensa que hay que manejar todo esto con suma cautela a los efectos de no generar una sicósis colectiva, ya que en caso de llevarse a cabo una evacuación, la tarea se complicaría extremo si la gente entra en pánico.
-¿Que es en verdad lo que está pasando aquí viejo? Decímelo por favor, pregunta la mujer
de Vélez a su esposo.
- Mirá Alejandra, es algo muy raro y terrible a la vez y si te lo cuento, es muy posible que
no me creas, le responde Vélez.
Las radios en actividad siguen dando cuenta de los números de víctimas fatales que aumentan
minuto a minuto. Hay miles de nuevos desaparecidos y los servicios esenciales siguen sin funcionar. Los países limítrofes han prometido ayuda inmediata para las víctimas de la catástrofe. Las aguas siguen estancadas y continúa la intensa lluvia. Dos lanchas pesqueras y un remolcador que estaban anclados en el riachuelo, rompieron sus amarras y la fuerza de las aguas los levantó varios metros impulsándolos con fuerza hacia los edificios de Puerto Madero. Una de estas embarcaciones, al no encontrar obstáculos en su camino, ingresó limpiamente por Huergo y encalló a pocos metros del legendario del Luna Park. Las lanchas de prefectura y marina afectadas junto a policía y bomberos trabajan sin tregua. Hay casas y edificios derrumbados y una gran sucesión de escapes de gas. Los subterráneos permanecen inundados y se torna muy difícil, casi imposible realizar una evacuación masiva de la ciudad. El gobierno ha formado una junta de emergencia que agrupa a todas las fuerzas sin excepción y se trabaja en una estrategia que permita brindar ayuda inmediata a los más afectados por la gran catástrofe. Los barrios periféricos son quienes más sufren esta furia de la naturaleza. El servicio meteorológico no tiene ningún pronóstico sobre lo que pueda acontecer con este fenómeno. los días oscuros y lluviosos continúan transcurriendo, esto alarma aún más a la población desesperada, ya que muy pronto la creciente cubrirá por completo a las casas bajas con consecuencias mucho más terribles que las actuales.
En la torre, Ana sigue escuchando azorada el relato de su esposo, el doctor Diego Marino. Conoce muy bien a ese hombre y lo sabe un profesional responsable. No duda en ningún momento de todo lo que le ha contado y más allá del asombro que le ha causado lo que escuchó, está dispuesta a creerle y apoyarlo incondicionalmente.
-¿Y qué pensás hacer? Diego pregunta la mujer.
-Hay que buscar ayuda afuera y dar a conocer a la gente lo que está ocurriendo antes que sea
demasiado tarde, responde el médico.
En el edificio de la casa de cambio, donde se encuentran Alfredo Reiner y el vigilador Jorge Sierra, impera ahora el silencio. Los dos hombres están agotados. Durante todas estas horas de diluvio incesante, se abocaron a tapar las aberturas tratando de detener el ingreso de agua al subsuelo, concretamente a la bóveda donde están las cajas de seguridad. Tienen suficiente cantidad de bebidas en una expendedor automático repleto de latas pertenecientes a una conocida marca de gaseosas. El vigilador guarda cuatro sandwiches en su bolso y dos de ellos, los ha compartido con Reiner. Tanto Reiner como el vigilador han intentado comunicarse infructuosamente hacia el exterior utilizando sus respectivos teléfonos celulares. Ambos permanecen callados, cada uno de ellos inmerso en sus respectivos pensamientos. El vigilador teme por la seguridad de su familia, que ha quedado en su departamento del barrio de Flores. Piensa que no tendría que haber venido a trabajar y dejarlos solos. Ni bien comenzó la extraña lluvia, su esposa Beatriz, le había pedido que no salga de la vivienda, porque tenía miedo que algo malo pudiera pasarle. La idea de salir del edificio rondaba por su mente desde que había llegado a ocupar su guardia nocturna en la casa de cambio. Piensa que aún puede estar a tiempo de irse de allí y regresar a su casa sea como sea.
La presencia de su jefe junto a él en este trance, le proporciona una cierta dosis de seguridad. También sabe que Alfredo Reiner, su acompañante vive enfrente, a pocos metros de allí y que en caso extremo, poco les costaría llegar hasta el comercio de la señora Sonia Steffeld. Alfredo Reiner fuma excesivamente y puede percibirse su nerviosismo. El también considera que debe salir de allí y estar junto a su mujer. Cree que lo que hizo fue una verdadera estupidez y que llegarse hasta la casa de cambio para intentar proteger los intereses de Pizarro fue una pésima iniciativa. Pizarro, el empresario próspero y exitoso a quien él había consagrado los mejores años de su vida, no merecía el mínimo sacrificio. En varias oportunidades Pizarro lo había decepcionado con su característica frialdad y respuestas mezquinas. Comenzaba ahora a recordar el momento en que le solicitó hablar a solas en una actitud casi desesperada para exponerle el problema por el que estaba pasando junto a Sonia Scheffeld y pedirle una solución.
José Maria Pizarro tiene actualmente sesenta y siete años. Nació en España y sus padres inmigraron a la argentina, cuando él apenas tenía cinco. Ni bien terminó la escuela primaria, tuvo que salir a ganarse la vida de diferentes formas. Fue lustrador de zapatos en la Avenida de Mayo, vendedor de diarios y durante diez años, trabajó como ayudante de cocina y mozo en un restaurante de la Avenida Corrientes. Allí fue donde comenzó a vincularse con comerciantes y empresarios a los que Pizarro conquistó con su simpatía natural. Con solo veintitrés años, un financista Catalán, lo llevó a trabajar a su agencia de viajes y turismo, donde en poco tiempo Pizarro se iba convirtiendo en la mano derecha del dueño de la empresa. Allí aprendió los secretos del negocio del turismo y el cambio de moneda extranjera. Su capacidad de ahorro, le permitieron años después, instalar su propia empresa y llevarse consigo a los muchos clientes que había conocido cuando era empleado. Audaz e intuitivo, Pizarro logró advertir los ciclos económicos de Argentina y en cada crisis lograba siempre salir ganando y multiplicaba así su fortuna.
Ahora Alfredo Reiner tiene presente el momento de su encuentro en la amplia y lujosa oficina de Pizarro. Ambos habían bebido café con crema. Pizarro se recostó en su sillón de cuero y se dispuso a escucharlo. Alfredo había armado un libreto que no lograba memorizar. Improvisó como pudo y durante unos diez interminables minutos, le expuso a su patrón lo que le estaba ocurriendo. Después de oirlo, Pizarro se puso tenso. Cruzó sus manos con firmeza y apoyó los brazos sobre el escritorio, mirando fijamente a Reiner le dijo:
- Mire Alfredo, lamento en verdad, lo que le está sucediendo a la señora Steffeld, pero
lamentablemente esta mujer no ha manejado bien sus finanzas y en este bendito país, hay
mucha gente en su misma situación y por lo que usted me cuenta no le será nada fácil salir de
su problema. Dígame con sinceridad, Alfredo, ¿hasta que punto se encuentra usted
comprometido con lo que le pasa a esta buena dama?
- La señora Steffeld y yo, vivimos juntos señor Pizarro.
- Lo sé mi querido Alfredo. Lo sé, todos aquí saben que ustedes son pareja. Pero lo que yo le
pregunto está relacionado con compromisos económicos.
- Bueno...Como le he contado, la señora Steffeld está a punto de perder su local y posiblemente
el departamento del primer piso.
- Sí, Alfredo, usted me ha confirmado que el banco ha embargado esos bienes que tienen un
considerable valor. Y ...Dígame; ¿ que cree usted que hará la señora Steffeld para evitar que
esas valiosas propiedades vayan a remate ?
- Yo pensé en un préstamo. Poseo el departamento en el que vivíamos con mi madre. Es una
buena propiedad y todos los impuestos están al día. Yo...Quería poner ese departamento en
hipoteca aquí, en su empresa, siempre y cuando usted no tenga inconveniente.
- ¡Hay, que menudo asunto tiene usted sobre sus espaldas mi buen Alfredo! De ninguna manera
yo pondría en riesgo el único bien que posee mi mejor empleado. No quisiera que por una
cuestión sentimental usted lo pierda todo. Supongamos que yo le dé un préstamo por el valor
aproximado de su departamento. Digamos unos cien mil dólares, verdad?
- Y...Sí, esa sería la suma necesaria, señor Pizarro.

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