miércoles, 30 de abril de 2008

LA TRAICION

-¿Qué le está pasando Sierra, se ha vuelto loco?
-¡Salte de una vez por todas, señor Alfredo. Salte o le disparo!

Alfredo siente que un súbito temor lo paraliza, no alcanza a entender esta extraña e inesperada reacción del vigilador, pero intuye que el hombre muestra una actitud verdaderamente amenazante y que debe intentar algo, hablar con el custodio, saber que intenciones tiene y porqué le está haciendo esto. Valiéndose de su brazo derecho, hace un esfuerzo intentando ingresar nuevamente a la cocina, pero en medio de esa acción defensiva el vigilador le aplica un fuerte puñetazo en pleno rostro. La potencia del golpe lo impulsa hacia atrás, aunque aún se mantiene aferrado al marco de la abertura. El custodio vuelve a golpearlo y esta vez, lo hace con mayor brutalidad. Cae de espaldas sobre las aguas con los brazos abiertos. La cuerda está tensa y el improvisado salvavidas lo mantiene a flote. El pestilente río urbano pasa veloz junto a su cuerpo que se sacude ante el embate de las aguas veloces. Alfredo aún en medio de su aturdimiento no quita su vista de la ventana iluminada a medias y puede distinguir claramente el momento en que el vigilador procede a cortar la soga que todavía lo mantiene asegurado al edificio.
Intenta gritar algo, pero los fuertes golpes recibidos en la boca y el pómulo izquierdo le han producido heridas que sangran profusamente. Su cuerpo, ya sin amarre, comienza a girar libremente sobre la superficie acuosa y rápidamente es arrastrado por las aguas. Sus gritos pidiendo auxilio se ahogan en medio de innumerables ruidos ensordecedores que fluyen en medio de la espantosa oscuridad. El cuerpo de Alfredo sigue flotando en ese trayecto sin control, su sangrante e indefensa humanidad va golpeando contra paredes y sólidos obstáculos de todo tipo. Ha tragado mucha agua, está lastimado en distintas partes del cuerpo y sigue sangrando. De pronto, un chasquido y el líquido voraz que brota con su terrorífica forma de hilo transparente desde las aguas putrefactas. El tentáculo viscoso vá directamente hacia las distintas heridas que Alfredo ha sufrido en su tránsito furioso . La poderosa aguja de agua escarba con ferocidad entre sus órganos. Lo está vaciando. El infeliz Alfredo quiere morir cuanto antes. El dolor es terrible. Solo son segundos, la aguja líquida desaparece rápidamente y el grotesco envoltorio de goma espuma sigue girando conteniendo ahora los restos de un cadáver del que solo quedan jirones de piel, huesos y ropa. Los miserables despojos de Reiner se pierden entre el inmenso río de sangre y muerte.
El vigilador ha cerrado la ventana que dá a la calle. Pero antes arroja su revólver hacia las aguas. Toma el bolso que había quedado sobre la mesada de mármol, lo abre y comienza a extraer los envoltorios. Comprueba que allí y tal como él suponía hay una importante cantidad de dinero y joyas. Desde el principio, cuando Alfredo llegó al edificio de la casa de cambio, el vigilador presentía que algo extraño estaba a punto de ocurrir. Por precaución solo bebió un sorbo del café que Reiner le ofrecía con tanta insistencia. Y aunque la cantidad de infusión ingerida era casi mínima, a los pocos minutos comenzó a sentirse mareado y hasta llegó a dormitar unos minutos. Más tarde, los ruidos que provenían del subsuelo donde están las cajas de seguridad lo despertaron. Esos inconfundibles martillazos contra el metal evidenciaban que Alfredo estaba rompiendo las cajas del subsuelo, fué entonces que el vigilador decidió esperar pacientemente a que Reiner termine su pesada tarea.
Calculó que su jefe había sembrado el lugar de huellas de todo tipo, además Reiner era el único que tenía en su poder las dos llaves que abrían la puerta y también la reja de acceso al codiciado subsuelo. Durante su tarea Alfredo había olvidado utilizar guantes, un descuido posiblemente causado por su nerviosismo. En todo momento había actuado de manera torpe y desesperada. El vigilador también llegó a pensar que Alfredo podía morir ahogado en la bóveda del tesoro, pero salvarlo, era una buena oportunidad para armar un plan creíble y sacar provecho de ese inesperado saqueo. El termo de café con somnífero era una evidencia. La soga improvisada atada fuertemente en la grifería de la cocina y que aún flameaba cortada atada en el grifo de la cocina, también. A la hora de la verdad, declarará ante la policía y el señor Pizarro que Alfredo Reiner se habría escapado por allí con el bolso del botín. Algo que él supone, ya que no tuvo posibilidad de oir ni ver nada de lo sucedido porque ni bien terminó de beber la taza conteniendo el café que Reiner le sirvió, se sintió mareado, entró en un profundo sueño y se despertó aproximadamente tres horas más tarde. También relatará que cuando volvió en sí descubrió a Reiner intentando descender hacia la calle a través de la ventana de la cocina y al verse sorprendido, Alfredo lo amenazó con el revolver que le había sustraído y luego se lanzó a las aguas hasta desaparecer en ellas. Una y otra vez, el custodio repasa minuciosamente todos sus movimientos con la intención de encontrar algo que pueda llegar a delatarlo. El vigilador mira hacia la ventana del departamento de enfrente, ese sitio tan cercano y esperanzador hasta donde Alfredo pensaba llegar ansiosamente. En esa vivienda ubicada en el piso superior del comercio de antigüedades, propiedad de Sonia Scheffer ahora hay luz y el custodio cree percibir algunos movimientos pero le resta importancia al asunto y se dedica a terminar con su plan. Envolverá el bolso con todo el plástico que encuentre en las oficinas y una vez que lo tenga protegido convenientemente, lo ocultará en el interior del tanque de agua existente en la terraza del edificio. Calcula que es el sitio ideal para utilizarlo como depósito de esa fortuna que el destino ha puesto ahora en sus manos. El dinero le permitirá cambiar su mísera existencia, comprar más adelante una casa propia para vivir dignamente junto a su familia y cuando haya transcurrido un tiempo prudencial contemplar la posibilidad de instalar un negocio que le permita vivir libremente y acceder tanto él como los suyos a un buen pasar económico, algo que jamás habían alcanzado. En ese bolso de grandes dimensiones que tiene en su poder se encuentra su futuro. Es joven aún, sus orígenes colmados de carencias, lo llevaron a trabajar de lo que sea. Siempre había tenido empleos temporales y mal pagos, solo se sintió medianamente feliz con su tarea en la casa de cambio, aunque durante sus innumerables horas de vigilancia nocturna, tenía muy en claro que solo era un simple custodio y que jamás lograría ascender dentro de la empresa por su limitada preparación.
Con el pesado bolso a cuestas, sube por la escalera que conduce a la terraza. Mientras asciende, nota que una importante cantidad de agua está ingresando desde el sector alto del edificio. La puerta que comunica con ese espacio superior es sólida y también está reforzada con una reja independiente. El vigilador tiene en su poder las respectivas llaves, la oscuridad es absoluta y todo el perímetro de la terraza está inundado. El tanque de agua es de grandes dimensiones y para llegar hasta la tapa, debe utilizar una escalera de metal que está amurada a la pared. La altura del tanque es de unos cinco metros. El vigilador pasa la correa del pesado bolso alrededor de su cabeza e intentará subir los peldaños rectos, cargando el bolso a modo de mochila. El vigilador conoce el tanque de agua en cada uno de sus detalles, ya que antes de cumplir con su actual tarea de custodio era el encargado de reparar las pérdidas de los caños del edificio y en varias oportunidades debió trepar hasta el tanque para arreglar el flotante. Mientras está subiendo piensa en la forma en que asegurará el bolso dentro del gigantesco recipiente. Para realizar esta tarea, lleva consigo una pequeña caja de herramientas y dos metros de alambre enrollado que porta a modo de collar.
Ya está alcanzando la parte superior del depósito de agua, abandona la escalera y se acomoda sobre la superficie de cemento. El ascenso le ha resultado fatigoso debido al peso que cargó sobre su cuerpo. Además de la intensa lluvia y la oscuridad imperante, desde esa altura considerable alcanza a distinguir luces que parecen hacer señales desde edificios linderos que están completamente a oscuras. Todo evidencia que son señales de auxilio provenientes de los habitantes de los departamentos. También ha visto la luz potente del reflector de un helicóptero que presume, está abocado a tareas de rescate. Se aboca ahora a la difícil tarea de quitar la sólida y pesada tapa del tanque de agua. Después de varios minutos, lo logra, está trabajando prácticamente a oscuras valiéndose de a ratos de su linterna. Introduce la mano derecha en el interior del depósito, recuerda que cerca de la tapa, existen unas grampas amuradas a las paredes y en ellas asegurará el bolso utilizándo el alambre que lleva encima. La idea del vigilador es dejar oculto el bolso allí y sacarlo en el momento apropiado. Para llevar a cabo esta etapa, se introduce dentro del gigantesco recipiente de cemento y para asegurarse, se amarra a la escalera de hierro con una parte de la correa que había armado para Alfredo Reiner. Ya ha descendido al profundo interior y aunque el tanque está repleto de agua, el vigilador tiene casi un metro de espacio seco como para poder moverse con un poco más de libertad . Acomoda la linterna en su axila derecha. Provisoriamente ha asegurado el bolso del botín en una de las grampas internas con parte del alambre. Estas grampas sirven de escalera cuando se procede a la limpieza del tanque, trabajo que se realiza en contadas oportunidades ya que es una tarea difícil. Para su tranquilidad recuerda que la última limpieza se hizo hace unos ocho meses y que pasará mucho tiempo hasta que se efectúe la próxima.
Los sonidos que provocan sus herramientas en el interior del depósito, resuenan como una especie de acústica sepulcral. La lluvia ingresa por la abertura y le causa una molestia constante de pronto, un involuntario movimiento, hace que la linterna que llevaba apretada debajo de uno de sus brazos caiga al agua. El vigilador maldice cuando se percata que el artefacto se ha hundido y vanos son sus sucesivos intentos por intentar recuperarlo. Valiéndose de los resplandores que producen los relámpagos, se concentra en amarrar el bolso a uno de los peldaños amurados a la pared del habitáculo. Con una pinza está ahora haciendo un torniquete al alambre que sostiene firmemente ell bolso. La escasez lumínica y los nervios motivan que la pinza, en una desafortunada acción le lastime la mano izquierda. Su trabajo está casi terminado. Quiere salir de ese ataúd acuático lo más pronto posible. La mano lastimada por la herramienta está sangrando, el vigilador no se percata de esto, ya que no siente dolor alguno. Comprueba que la cuerda que ha usado a modo de seguridad está firme y aferrándose a la soga apoya sus piernas en los peldaños interiores buscando ansiosamente salir del tanque. En medio de este intento, desde lo profundo del lugar repleto de agua, surge el chasquido letal. El tentáculo líquido sabe que hay sangre allí. El vigilador ya está cerca de la única abertura del tanque y no escucha el imperceptible ruido del filoso ariete líquido. Se mantiene aferrado a la cuerda y de pronto grita al sentir un terrible dolor en su mano sangrante. El líquido se clava en la zona herida y el aterrorizado custodio sin entender lo que sucede, suelta la mano derecha en un vano intento por quitarse de encima esa transparente y delgada aguja succionadora. El esfuerzo es sobrehumano, el vigilador alcanza a sacar la cabeza fuera del tanque y está intentando aferrarse a los bordes de la salida cuando se percata que ya no tiene la mano izquierda y en su lugar hay un horrible muñón que sangra profusamente. Una sensación de fuego recorre veloz todo su cuerpo, el líquido lo está devorando. Los aullidos del vigilador que ahora ha caído en el interior del depósito, rebotan acústicamente contra las paredes. Trata de abrazarse al bolso repleto de dinero y joyas que aseguró en uno de los peldaños de hierro y es lo último que alcanza a ver antes de hundirse en el agua. Solo borbotones. Burbujas que permanecen unos pocos segundos en el oscuro interior del tanque. La ropa, trozos de piel y los huesos del desgraciado custodio, descienden lentamente hacia el fondo de la tumba líquida. El bolso cargado de joyas y dinero se mece suavemente en el agua sangrienta como un mudo testigo de tanta codicia, traición y muerte.

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