martes, 22 de abril de 2008

POR AMOR

-Bueno, mi querido Alfredo, ambos sabemos perfectamente que mi empresa no es un banco.
Usted mismo ha estado al frente de transacciones de dinero en negro que nuestros clientes nos
confiaban a cambio de atractivos intereses, pero los tiempos han cambiado Alfredo, esta
Argentina no es la misma de aquellas épocas y ahora el negocio del cambio y el turismo
internacional no funcionan como antes. Estamos sobreviviendo con miserias Alfredo, razone,
despierte. Este es un nuevo país, se acabó la fiesta y cien mil dólares es mucho dinero. Además,
usted jamás podría pagar esa suma con cuotas que saldrían de su sueldo como gerente.
¡Piense bién lo que vá a hacer, hombre! Lo mejor que puedo hacer por usted es sacarlo
de este lío y ayudarlo a cuidar lo que tiene; Su departamento, y por sobre todas las cosas, su
empleo en mi empresa.
Reiner odió a Pizarro. Suponía que después de aquella conversación inútil, Pizarro lo vería como a un imbécil, un idiota que perdido por el amor a una mujer quedaría en la ruina. Encendió otro cigarrillo. El vigilador se había dormido por completo utilizando un sillón y una silla donde se había estirado como mejor pudo. Las pastillas para dormir que le había sacado a Sonia de su maletín habían dado resultado. Su plan estaba dando resultado. Ni bien llegó a la casa de cambio, las pastillas que se había encargado de convertir prolijamente en polvo, las volcó en considerable cantidad en el termo de café del vigilador. Calculaba que el hombre dormiría profundamente durante varias horas y esto le facilitaría llevar a cabo su idea de bajar al subsuelo y vaciar la mayor cantidad de cajas de seguridad posibles. Contaba con herramientas que había ocultado en el placard con llave que tiene en su oficina, dentro de la empresa y calcula que el temporal y el caos reinante serán sus mejores aliados. La idea de robar las cajas, había ingresado en su mente cuando Pizarro le soltó la mano, negándole diplomáticamente una mínima ayuda. Calculaba que en el subsuelo se encontraban varios cientos de miles de dólares, euros y joyas de todo tipo de incalculable valor. En su memoria estaban minuciosamente registrados los apellidos y números pertenecientes a las cajas de clientes muy importes y este banco de datos, le permitirá obrar con mayor precisión. El vigilador seguía durmiendo profundamente. Reiner miró una vez más por la ventana. La calle que lo separaba del negocio de Sonia estaba transformada en un río atronador. Las aguas seguían subiendo y arrastrando todo lo que encontraban en su enloquecido tránsito. La luz que el generador de la casa de cambio, comenzaba a debilitarse. Reiner no conocía muy bien como funcionaba este equipo de emergencia que no era precisamente de última generación. Debía apurarse, abrir la mayor cantidad de cajas posibles e ingeniárselas para salir rápidamente del lugar. Sonia no conoce su plan. Alfredo está seguro que la mujer no lo creería capaz de robar. Posiblemente ella lo siga viendo como a un hombre frágil que no ha vivido emociones ni experiencias, un hombre que la deseó en silencio durante años, sin atreverse jamás a revelarle sus sentimientos y ahora, resignada por el paso de los años y una situación lindante a la pobreza, permanece a su lado como aferrada a una única tabla de salvación. ¿Quien repararía hoy en esta Sonia venida a menos? Sí, la Sonia vencida o castigada por su soberbia y vida licenciosa, quizás se esté "purificando". Esta nueva Sonia se ha convertido a partir del sufrimiento en una mejor persona y Alfredo está seguro que Dios o el destino, le entregaron a esa mujer que tanto ama en el momento justo. Comienza a descender por la escalera que conduce al subsuelo. Con sus llaves abre la reja que facilita el acceso al sector de las cajas de seguridad.
Las cámaras de video instaladas en el lugar no funcionan. Las alarmas están inactivas desde el comienzo del temporal. Alfredo sabe que la ciudad está incomunicada totalmente y que todos los sistemas están colapsados. Había esperado ansiosamente una tormenta de esta magnitud para robarle a Pizarro. El agua del subsuelo le llega a la altura de las rodillas. El olor a humedad y aguas putrefactas es difícil de soportar. Chapotea hacia uno de los pasillos y ayudado por una linterna, comienza a buscar las cajas importantes. Con un alicate especial para romper metales sólidos, una maza y un cortafierros, vá abriendo sin dificultad las primeras cajas. dólares, euros, cadenas y brazaletes de oro, anillos, relojes, todo lo que va encontrando, lo introduce en bolsas de nailon reforzado que acomoda prolijamente en un bolso de gran tamaño. En el recinto solo se escucha el “clack” del alicate o los golpes furiosos de la maza destruyendo las cerraduras. Alfredo transpira copiosamente. Piensa nuevamente en Sonia. Estos chispazos en su mente surgen a cada instante. Recuerda el momento en que vendió su departamento, el único bien material que le pertenecía y compartió durante la mayor parte de su vida con su madre. La cantidad de dinero que había recibido de la inmobiliaria que hizo la gestión de venta era considerable, pero solo sirvió para aliviar en parte la cuantiosa deuda que Sonia mantiene con los bancos. Lo más grave, son las denuncias penales que le iniciaron a su pareja los propietarios de obras de arte. Casi todas las noches, dos ideas fijas venían a su cabeza; Matar a Gastón Hidalgo y robarle al miserable de Pizarro. Calcula que ya hay una buena cantidad de dinero y joyas en el bolso. Está cansado. No le resulta fácil romper esas malditas cajas una por una. Se detiene unos instantes para tomar aliento y seguir su tarea. El aire en el subsuelo es escaso y las aguas malolientes dificultan la respiración de Alfredo. Los brazos le pesan como si fueran de plomo. Demasiado esfuerzo para alguien que no está acostumbrado a “trabajos” de esta naturaleza.
Mientras se seca el sudor de su rostro y bebe el contenido de una lata de gaseosa, piensa en los últimos acontecimientos en el departamento junto a Sonia. Los dos permanecían junto a la ventana que da a la calle mirando con asombro lo que estaba generando la lluvia. Las luces se habían cortado. Por fortuna contaban con lámparas a baterías y podían moverse en medio de la penumbra. Sonia intentaba escuchar las noticias en la radio. Alfredo pensaba en que había llegado el momento de concretar su plan. Sonia se abrazaba a él cada vez que caía un rayo o estallaba un trueno demasiado potente. La veía temblar de miedo. La mujer le tenía pánico a las tormentas y esto era mucho más que eso. Alfredo le sugiere tomar una de las pastillas tranquilizantes que le recetó su médico. Le alcanza un vaso con agua y Sonia, luego de ingerir el medicamento, se recuesta en un sillón lejos de la ventana que da al exterior. Sin que Sonia se percate de su acción, Alfredo toma varias pastillas tranquilizantes, las lleva a la cocina y con un pequeño mortero, las convierte en polvo y lo vierte en un frasco de plástico.
Luego, se dirige a la habitación principal y en un bolso grande, vá colocando cuatro pares de medias de lana, un pantalón, dos sueters, una caja con herramientas y una linterna, cierra el bolso , se coloca un saco de abrigo con capucha de lluvia y camina hacia el sillón donde Sonia parece estar dormitando. La sacude suavemente y ella abre sus ojos sobresaltada. Alfredo, le dice;
- Tranquila mi amor, tengo que cruzar hasta la oficina unos minutos, Pizarro me pidió que
vaya a ver como están las cosas y de paso preguntarle al vigilador si le hace falta algo.
- Mi amor...¡No podés cruzar la calle con este temporal, es una locura!.
- Todo está bajo control querida, son unos pocos metros. No tardaré mucho, cualquier cosa estoy
enfrente, le dice con una sonrisa.
El tranquilizante que había tomado Sonia estaba haciendo efecto. La mujer apenas podía hablar con cierta normalidad, aunque intentaba convencer a Alfredo de quedarse con ella. Alfredo la acarició dulcemente y la besó en la boca. Sonia finalmente cerró los ojos, murmuró algo y se durmió. Alfredo se ocupó de cubrirla con una manta y apoyar su cabeza sobre un almohadón. Hecho esto, se dirigió a la puerta de acceso al departamento, la cerró con llave, bajó por la escalera hasta la planta baja donde funciona el negocio de Sonia. Una importante cantidad de agua ha ingresado al local que tiene ahora todo el aspecto de una piscina maloliente. resuelto a cruzar el tramo de calle que lo separa de la casa de cambio, Alfredo abre resueltamente la puerta que da a la calle y se encuentra con un violento río que pasa veloz arrasando a su paso con objetos de todo tipo, incluso vehículos que van a la deriva incrustándose contra otros en la misma situación.
El escenario es verdaderamente escalofriante, pero Alfredo lejos de amilanarse, se lanza decidido a cruzar la calle. La corriente es fuerte y en más de una oportunidad cae a las aguas empujado por la furia líquida. Se aferra a su bolso y sigue empecinado en su intento. La oscuridad, los relámpagos y los sonidos estremecedores de los truenos aportan a su desafío un clima de tensión. Ya está en la mitad de la calle. Hay oleadas que golpean su cuerpo haciéndolo trastabillar. Sus piernas parecen de plomo. Finalmente llega hasta la vereda donde está el edificio de la casa de cambio. Lo ha logrado. Sube los tres escalones que derivan en la gran puerta de metal de la empresa. Busca las llaves que le permitirán ingresar al sitio y poner en práctica su plan. Un fuerte crujido, lo devuelve a la realidad. Una de las compuertas instaladas por el vigilador en un conducto de aire con salida al exterior, es arrancada por la fuerza del líquido. Al ceder este improvisado dique, el agua entra a raudales en el subsuelo. Alfredo se desespera, en segundos la masa acuática proveniente de la calle, invade la bóveda y lo levanta hacia el techo. En un esfuerzo sobrehumano, se aferra al bolso que contiene el botin y con la mano libre bracea hasta una saliente de la pared , tratando de no ahogarse. Desde ese punto donde permanece asegurado, calcula que hay al menos un metro y medio de agua cubriendo el sector. La escalera está a unos seis metros de distancia y debe llegar a ella sea como sea para evitar una muerte segura. Sin soltar el pesado bolso y pegado a las paredes, valiéndose de sus piernas y el brazo derecho que tiene libre, se mueve hacia la salida que conduce al primer piso.
Ya sin la barrera de contención, el agua entraba con fuerza por las desprotegidas entradas de aire. Alfredo estaba muy cerca de la escalera. La presión liquida lo elevaba hacia el techo y esto de alguna manera, lo ayudaba a avanzar. Sorpresivamente una luz de linterna da de lleno en su rostro y lo enceguece unos segundos. La voz del vigilador resuena en hueco de la escalera salvadora.
-¡Señor Alfredo, aguante, ya lo saco!.
Alfredo no podía entender cómo el vigilador estaba allí. ¿Porqué se había despertado tan pronto? Pensó que la cantidad de polvo de pastillas para dormir que había volcado en el termo de café no habían sido suficientes. El vigilador bajó los escalones y con el agua a la altura del pecho, le extiende los brazos a Alfredo que apenas resiste aferrado con una sola mano a la barandilla. El vigilador procede con eficiencia y rapidez tomándolo de los hombros y llevándolo hacia el primer piso. Alfredo estaba sin aliento. Respiraba con dificultad y escupía agua sucia. El vigilador observó por primera vez el bolso de gran tamaño que Alfredo no había soltado en ningún momento. Alfredo intentaba recobrar la respiración y el vigilador lo ayudaba a incorporarse para conducirlo hasta el comedor del personal, donde sintió el calor de la cocina totalmente encendida.
-Por suerte aún tenemos gas. Venga señor Alfredo, acérquese , quítese esa ropa mojada y cúbrase con esta frazada. El horno está al máximo, todavía no me explico porqué cometió la locura de bajar solo al subsuelo. ¿Porqué no me despertó? Que infeliz, nunca me pasó esto de quedarme tan dormido....
-El cansancio Sierra, seguramente el cansancio. Usted dormía tan profundamente que decidí
bajar solo.
-Jefe; ¿ no sería mejor sacar los documentos del bolso?. Mire, está chorreando agua y se le van a
estropear todos los papeles.
Dicho esto, el vigilador le alcanza otro mate, se incorpora y se dirige hacia el bolso completamente mojado. Alfredo ve que el revólver del vigilador está apoyado en un extremo de la heladera. Es un arma calibre treinta y ocho. Por segundos piensa en tomarlo y disparar contra el único testigo de su robo. Otro relámpago potente ilumina el sitio. El vigilador parece preocupado.
-Creo que esto no va a parar señor Alfredo. Jamás se ha visto un desastre de esta magnitud,
también pienso que pasarán muchos días hasta que todo se organice.
-Yo también creo lo mismo. Estamos en una trampa y sin manera de comunicarnos, lo mejor
sería irnos de este edificio antes que sea demasiado tarde.
-¿Porque no intenta salir usted señor Alfredo?, su casa está allí enfrente. Hágalo antes que el
agua continúe subiendo.
Alfredo no podía creer lo que ese buen hombre que hacía casi una hora le había salvado la vida cuando estaba a punto de morir ahogado en el subsuelo, le estuviera sugiriendo una nueva manera de escapar del naufragio. Sabía que ese hombre que custodiaba todas las noches la empresa de Pizarro era una buena persona que percibía un sueldo miserable por su trabajo de riesgo. Se sentía identificado con el vigilador, a quien en cierta forma envidiaba por su coraje de pelearle a la vida con muy pocos recursos y sostener a su esposa y tres hijos. Recordaba que el mayor orgullo del vigilador era su familia. Todo su esfuerzo estaba dedicado a ella y ahora, este hombre joven, morocho y valiente, de alguna manera estaba resuelto a sacrificarse y quedarse solo en su puesto de guardia quien sabe Dios hasta cuando.

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