miércoles, 16 de abril de 2008

ASESINOS INVISIBLES

Adrían escucha los gritos de auxilio de su compañero, pero ahora solo piensa en tratar de salir de allí sano y salvo. Deborah es su seguro de vida, sabe que si en ese lugar hay policías o vecinos armados, difícilmente se animen a disparar sobre la muchacha que ha tomado de rehén. Mauro está vomitando sangre. Ramón, el encargado sigue parado frente al delincuente que yace agonizante sobre el piso del escritorio. Con mucha dificultad, Mora ha logrado incorporarse y con su revólver en la mano derecha, se dirige el sector del dormitorio principal. Solo quiere hacer algo para salvar a Deborah, ya que ha escuchado su voz angustiada pidiendo socorro. Ramón parece estar en shock. No puede creer que él mismo, haya tenido el suficiente coraje como para herir de muerte al asaltante, que ahora agoniza y permanece con la cabeza gacha, balbuceando palabras apenas audibles. Súbitamente, desde el remolino que se está formando en el piso lleno de agua y espuma, brota una especie de serpiente delgada y transparente que se eleva a casi cerca de un metro del suelo, describe un semicírculo en el aire y con la velocidad de un rayo, se clava en el orificio de bala que Mauro tiene en su estómago. La “lanza” líquida ingresa en el cuerpo que comienza a sacudirse frenéticamente. Al ver esto, el encargado suelta la pistola y empieza a retroceder impulsado por el terror que le provoca lo que está viendo. El tentáculo surgido de las aguas absorbe toda la materia orgánica existente dentro del cuerpo del asaltante dejándo en su lugar una “carcaza” de piel y huesos. Ramón ha ganado el pasillo y huye despavorido, descendiendo por las escaleras del edificio. Mora ya está ubicado a escasa distancia del dormitorio, donde Adrián continúa sujetando con fuerza el cuerpo de Deborah, sin dejar de apoyar su revólver en la cabeza de la jóven.
Mora se desplaza apoyado a la pared y escucha los gemidos de su amante. El dormitorio en suite, tiene otra puerta de acceso y está instalada en el cuarto de baño, sitio que Mora ha elegido para ingresar y sorprender desde atrás al delincuente. La “serpiente” líquida, transportando su carga de carne humana se ha introducido en uno de los grifos bañados en oro que alimentan el hidromasaje del cuarto de baño. Adrián transpira copiosamente. El efecto de la cocaína aún le proporciona una dosis de valor. Trata de escuchar que sucede en el resto del piso, pero solo escucha el rumor del agua espumada que fluye del baño, donde Mora ha logrado entrar sigilosamente. El abogado vé a Adrían de espaldas aferrándo a Deborah con su brazo izquierdo. La distancia es de apenas tres metros. Empuña el revólver con sus dos manos y sin dudar, comienza a disparar contra el cuerpo del desprevenido delincuente.
Adrián siente el ardor de las balas perforándole su espalda, suelta a Deborah y cae de bruces al piso. Mora, invadido por una furia casi demencial continúa disparando sobre el delincuente, que aunque alcanzado por las balas, instintivamente alcanza a salir de la zona de fuego y logra entrar al pasillo que conecta con el escritorio.
Mora no se asoma, permanece alerta, sabe que lo ha herido, pero los ruidos provenientes de su despacho, le indican que aún está vivo. El suelo del departamento continúa cubierto de agua, espuma y sangre . En el ambiente se percibe un olor insoportable. Se huele a putrefacción, humedad y muerte. Otra vez, se escucha un borboteo seguido de un chasquido. El hilo viscoso, serpentea, salta en alto y se inyecta en la pierna herida de Mora. El líquido, al igual que un taladro neumático, ha ingresado en el orificio del miembro sangrante y recorre todo el cuerpo succionando sus órganos. Mora aúlla como un animal enloquecido, quiere quitarse esa filosa lanza que rabiosamente se clavó en su muslo y está escarbando el interior de su cuerpo a gran velocidad. Ahora ve como, por el agujero de su pierna, sus vísceras son succionadas hacia afuera por el líquido, extrayéndolo como una aspiradora diabólica. Por efecto de algún reflejo agónico Mora alcanza a levantarse. Solo sus huesos lo sostienen y los desprolijos colgajos de su piel lo envuelven como a una grotesca momia que se tambalea torpemente rebotando contra las paredes del pasillo. Adrián tiene tres impactos de bala en su espalda. Está parapetado tras el escritorio del abogado y absorto, contempla algo similar a un muñeco desinflado que yace muy cerca suyo. En esa “bolsa” de piel y huesos, reconoce lo que quedó de su cómplice. ¿Qué sucede aquí?, se pregunta horrorizado mientras con esfuerzo sobrehumano trata de incorporarse. Los despojos de Mora se deslizan por la pared y caen dentro del escritorio. Adrián, al verlo, dispara repetidamente sobre ese “envase” vacío al que las balas traspasan como si fuera de papel. Un nuevo chasquido y otra “serpiente” líquida brota y se incrusta en una de las heridas del delincuente iniciando una simultánea y dolorosa extracción orgánica. Ramón ya llegó a la planta baja. Apenas puede respirar, tiene un fuerte dolor en el pecho. La mayoría de los habitantes del edificio han escuchado los estampidos de las armas de fuego y alarmados han salido a los pasillos tratando de saber que está sucediendo.
Adrián repta enloquecido de dolor. El malhechor suelta un grito ahogado cuando los agujeros de bala, se agrandan cuando las entrañas fluyen. Su espalda se hincha desmesuradamente y finalmente estalla en pedazos despidiendo trozos sangrientos de materia y venas. Los huesos quedan prácticamente limpios y su cuerpo, como en todos los casos está cubierto por tiras de piel mojada y la propia ropa. Los ojos del delincuente se han salido de sus órbitas y solo hay en su lugar, dos cuencas que el líquido utilizó para vaciar íntegramente su cerebro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

he leído ese pequeño texto y es horrible, mal escrito, aburrido, y además está plagiado. antes de escribir hay que informarse bien de lo que hacen los demás y sobre todo leer, y deja las ambiciones literarias para aquellos que realmente saben escribir.