A todo esto, en el "riachuelo", las aguas putrefactas, espesas y marrones se mueven furiosas como si quisieran resucitar y escapar de su enorme tumba líquida. Las viejas embarcaciones allí amarradas son sacudidas con fuerza inusual y golpean violentamente contra los muelles. El ruido ensordecedor de los choques de esos cascos se mezcla con el sonido que provocan los truenos. La escena es dantesca y el cauce más contaminado del mundo parece ahora cobrar vida y elevarse como un monstruo lleno de ira y ansias de venganza
El cuidador de un antiguo remolcador anclado frente al puente de La Noria, intenta asegurar los cables de amarre que unen al barco con el muelle. Jamás había presenciado un temporal de tamaña magnitud. Ramón Luna no es un hombre de asustarse facilmente y cueste lo que cueste, está decidido a resistir a bordo hasta que pase la tormenta. Durante más de cuarenta años, había sido tripulante de barcos pesqueros. Su rostro está curtido por cientos de soles que lo marcaron con las huellas imborrables de la vida dura en alta mar y tiene innumerables experiencias en aguas embravecidas. Ahora la embarcación parece saltar por los aires como si fuera impulsada desde las profundidades por una fuerza descomunal. Los cables de amarre se tensan peligrosamente, Luna que permanece aferrado a la barandilla de proa, trastabilla y cae hacia atrás rodando y golpeándose contra la cubierta. Otro impacto se repite sobre el mismo sector de proa, el barco parece estallar en pedazos, se eleva varios metros y cae bruscamente sobre las enloquecidas aguas del "riachuelo". El crujido de hierros y maderas aturden al magullado Luna que con dificultad se incorpora y logra introducirse en la cabina de mandos del castigado remolcador que no cesa de sacudirse. Cierra la puerta del habitáculo y trata de calmarse. El sonido que continúa produciendo la tormenta parece no tener fín y en la cabina semi inundada, junto a una vieja radio a transistores flotan todo tipo de utensillos de cocina. Luna lanza una maldición al tiempo que se abalanza sobre el receptor. Esta radio ha sido su fiel amiga durante muchos años y desde que se inició el temporal, es el único contacto que tiene con lo que está sucediendo fuera del cauce.
Esta vez el ruido viene desde lo profundo, el golpe es seco y Luna tiene la sensación que en cualquier momento el barco se partirá en dos. Mira el transmisor de radio ubicado en el puente de mando. Recuerda que la última comunicación con la empresa propietaria del remolcador la había mantenido unas diez horas atrás, hasta que por alguna razón inexplicable, el aparato había dejado de funcionar. El veterano marino ha encontrado unos tres metros de soga que luego de pasarla alrededor de su cintura ata fuertemente a la base de hierro que asegura el timón. Con esto, Luna se siente un poco más tranquilo, aunque su corazón sigue latiendo con ritmo acelerado. Ya han transcurrido varios minutos, quiere creer que el silencio que está reinando ahora pueda prolongarse. Su cuerpo está dolorido y cansado, piensa que por fortuna no tiene ninguna quebradura, solo algunos golpes sin importancia. Repentínamente la cabina es iluminada por un relámpago, y seguidamente viene otro sacudón que vuelve a levantar la embarcación sobre las aguas. Los cables de amarre aún aguantan, el remolcador parece detenerse en el aire y cae ruidosamente sobre el agua. Los vidrios de las aberturas del puente , han terminado de estallar y están desparramados sobre el piso inundado. Luna está abrazado a la base del timón, de pronto nota que un trozo de vidrio se ha clavado como un puñal en su pierna izquierda. Por suerte, su linterna aún funciona, la coloca bajo uno de sus brazos y procede a quitarlo. En este momento, el "riachuelo" parece haberse serenado, solo se oyen truenos a la distancia. Luna se arrastra un par de metros y alcanza el botíquín de madera donde guarda elementos de primeros auxilios. Ya tiene entre sus manos la caja pintada de blanco con una cruz roja en su frente, la abre y extrae vendas. Su herida sangra abundantemente, tiene que detener esa hemorragia, practicar un torniquete y aplicar alcohol. El barco se mece suavemente, en un descuido, Luna ha soltado su linterna que ahora, aún encendida está flotando sobre el piso lleno de agua. El marino quiere recuperarla, extiende su brazo derecho hacia la luz y cuando la alcanza, un sonido parecido a un silbido prolongado se escucha en el interior del reducido puente. El sonido va en aumento, lo oye cada vez más cerca y de pronto, siente que algo filoso se clava en su pierna herida. El grito es desgarrador, inhumano y el dolor insoportable. El cuerpo del infortunado Luna se agita sin control y golpea sucesivamente contra el piso de la cabina. Otro rayo ilumina brevemente el interior y en esos contados segundos, el desdichado marino alcanza a ver cómo algo similar a un hilo delgado penetra en su extremidad lastimada y recorre todo su cuerpo hasta quitarle la vida.
El cuidador de un antiguo remolcador anclado frente al puente de La Noria, intenta asegurar los cables de amarre que unen al barco con el muelle. Jamás había presenciado un temporal de tamaña magnitud. Ramón Luna no es un hombre de asustarse facilmente y cueste lo que cueste, está decidido a resistir a bordo hasta que pase la tormenta. Durante más de cuarenta años, había sido tripulante de barcos pesqueros. Su rostro está curtido por cientos de soles que lo marcaron con las huellas imborrables de la vida dura en alta mar y tiene innumerables experiencias en aguas embravecidas. Ahora la embarcación parece saltar por los aires como si fuera impulsada desde las profundidades por una fuerza descomunal. Los cables de amarre se tensan peligrosamente, Luna que permanece aferrado a la barandilla de proa, trastabilla y cae hacia atrás rodando y golpeándose contra la cubierta. Otro impacto se repite sobre el mismo sector de proa, el barco parece estallar en pedazos, se eleva varios metros y cae bruscamente sobre las enloquecidas aguas del "riachuelo". El crujido de hierros y maderas aturden al magullado Luna que con dificultad se incorpora y logra introducirse en la cabina de mandos del castigado remolcador que no cesa de sacudirse. Cierra la puerta del habitáculo y trata de calmarse. El sonido que continúa produciendo la tormenta parece no tener fín y en la cabina semi inundada, junto a una vieja radio a transistores flotan todo tipo de utensillos de cocina. Luna lanza una maldición al tiempo que se abalanza sobre el receptor. Esta radio ha sido su fiel amiga durante muchos años y desde que se inició el temporal, es el único contacto que tiene con lo que está sucediendo fuera del cauce.
Esta vez el ruido viene desde lo profundo, el golpe es seco y Luna tiene la sensación que en cualquier momento el barco se partirá en dos. Mira el transmisor de radio ubicado en el puente de mando. Recuerda que la última comunicación con la empresa propietaria del remolcador la había mantenido unas diez horas atrás, hasta que por alguna razón inexplicable, el aparato había dejado de funcionar. El veterano marino ha encontrado unos tres metros de soga que luego de pasarla alrededor de su cintura ata fuertemente a la base de hierro que asegura el timón. Con esto, Luna se siente un poco más tranquilo, aunque su corazón sigue latiendo con ritmo acelerado. Ya han transcurrido varios minutos, quiere creer que el silencio que está reinando ahora pueda prolongarse. Su cuerpo está dolorido y cansado, piensa que por fortuna no tiene ninguna quebradura, solo algunos golpes sin importancia. Repentínamente la cabina es iluminada por un relámpago, y seguidamente viene otro sacudón que vuelve a levantar la embarcación sobre las aguas. Los cables de amarre aún aguantan, el remolcador parece detenerse en el aire y cae ruidosamente sobre el agua. Los vidrios de las aberturas del puente , han terminado de estallar y están desparramados sobre el piso inundado. Luna está abrazado a la base del timón, de pronto nota que un trozo de vidrio se ha clavado como un puñal en su pierna izquierda. Por suerte, su linterna aún funciona, la coloca bajo uno de sus brazos y procede a quitarlo. En este momento, el "riachuelo" parece haberse serenado, solo se oyen truenos a la distancia. Luna se arrastra un par de metros y alcanza el botíquín de madera donde guarda elementos de primeros auxilios. Ya tiene entre sus manos la caja pintada de blanco con una cruz roja en su frente, la abre y extrae vendas. Su herida sangra abundantemente, tiene que detener esa hemorragia, practicar un torniquete y aplicar alcohol. El barco se mece suavemente, en un descuido, Luna ha soltado su linterna que ahora, aún encendida está flotando sobre el piso lleno de agua. El marino quiere recuperarla, extiende su brazo derecho hacia la luz y cuando la alcanza, un sonido parecido a un silbido prolongado se escucha en el interior del reducido puente. El sonido va en aumento, lo oye cada vez más cerca y de pronto, siente que algo filoso se clava en su pierna herida. El grito es desgarrador, inhumano y el dolor insoportable. El cuerpo del infortunado Luna se agita sin control y golpea sucesivamente contra el piso de la cabina. Otro rayo ilumina brevemente el interior y en esos contados segundos, el desdichado marino alcanza a ver cómo algo similar a un hilo delgado penetra en su extremidad lastimada y recorre todo su cuerpo hasta quitarle la vida.
1 comentario:
Estimado Pipo: Tuve que poner mi nombre ompleto, porue no me tomaban el mensaje. Tus relatos por entregas, me retrotraen a 60 años atrás cuando mi viejo compraba cuadernos semanales que completaban novelas. O un poco mas acá cuando devoraba las alternativas de "El eternauta". Las veinte páginas publicadas me han atrapado totalmente, y a cada rato abro el blog, para ver comos sigue la historia.
Por suerte conseguimos pasando del relato catástrofe al de tus sueños, un oasis reparador.
La trama me pareció muy bien urdida,y sospecho que tenés el asesoramiento de algunas de las empresas prestatarias como Absa o similares en la ineficiencia.
Quedo, con mis felicitaciones,en espera de la proseución de la obra.
Tené piedad de mis uñas
Un abrazo
Tino
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